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                       Una falsa dicotomía: razón/emoción

                                       Kepa Bilbao Ariztimuño     

“No somos máquinas pensantes que sienten, somos máquinas sintientes que piensan” (Antonio Damasio)

La razón ha sido considerada como la capacidad superior del ser humano, encontrándose las pasiones subordinadas a ella y a las cuales había que dominar. Dejo a un lado hacer una diferenciación de los términos “pasión”, “afecto”, “inclinación”, “sentimiento”, característicos en la historia de la filosofía hasta el siglo XIX antes de emplearse el término “emoción” tal como lo conocemos hoy en día.

En el estudio de las pasiones o emociones humanas, un tema clásico y muy controvertido del pensamiento filosófico occidental con una gran diversidad de planteamientos, la nota dominante es la de considerarlas negativamente, como algo a controlar o reprimir para que prevalezca la razón. Una razón considerada no sólo como el principal instrumento para conocer, sino también como la instancia que regula las acciones moralmente correctas frente a los desvaríos e interferencias de las emociones que distorsionan, enturbian y perturban la capacidad de pensar con claridad. A lo largo de los siglos el dualismo razón/emoción ha sido una constante. En Platón, la razón ha de gobernar las pasiones y los apetitos, según su famosa imagen del auriga que embrida los caballos del carro alado. Hay excepciones como las de Aristóteles, recuperado y actualizado por la filósofa Marta Nussbaum, o, posteriormente, a destacar la de Spinoza, pero hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XX no se ha dejado de tener una visión negativa de las pasiones o emociones y de pensarlas como inherentemente corporales, involuntarias e irracionales, prevaleciendo el mito del sujeto hiperracional de origen cartesiano, al cual Kant convertiría en el paradigma del sujeto liberal, entendido como un individuo maximizador racional de sus preferencias.

El error Descartes

De la misma forma que desde la filosofía Spinoza rompió con la dicotomía vigente entre cuerpo y alma (mente), desde la neurociencia las investigaciones de Antonio Damasio han permitido superar la pretendida frontera entre emoción y razón, acabando con el tópico de que para tomar las decisiones adecuadas hay que dejar las emociones a un lado. En El error Descartes (1994), frente a la distinción dualista entre mente y “cuerpo no pensante” del “pienso, luego existo” del filósofo francés, que ha hecho escuela, Damasio defiende un monismo en el que el cuerpo propiamente dicho y el cerebro forman un organismo integrado. Sus investigaciones no han hecho sino corroborar que no hay razón sin emoción y que la mejor decisión racional es aquella que está modulada -en un proceso de ida y vuelta- por la emoción.

En el ámbito de la teoría política contemporánea, la dicotomía entre razón y pasión ha generado una narrativa hegemónica de la política que sitúa su dimensión positiva del lado de la razón y elabora las diferentes dimensiones de la emoción como su antítesis negativa. En este dualismo las pasiones o emociones constituyen siempre el problema, y la razón se presenta como la única solución. Las emociones o pasiones, desde hace varios siglos, se han relegado al ámbito privado de los individuos, fuera de la esfera pública que sólo admitía ciertas emociones correctas como las calm passions, las pasiones amables del doux commerce (afán de lucro, la codicia) enmascaradas con el eufemismo de “intereses racionales”(Albert O. Hirschman) que ha consolidado un modelo basado en el homo economicus y en las teorías de la elección racional.

A pesar de los avances en las últimas décadas en el conocimiento de las emociones, estas se siguen percibiendo como procesos independientes de los juicios reflexivos o racionales, y como consecuencia se consideran experiencias negativas que malogran las buenas ideas, las conductas o las actitudes de los individuos. Y ello a pesar de que en la práctica político-electoral las campañas de los partidos están llenas de recursos emocionales, de apelaciones, al miedo, la indignación, el entusiasmo… consideradas como imprescindibles para obtener un buen resultado.

En los debates teóricos y políticos sobre nacionalismo, sobre la identidad, sobre política y fundamentalismo religioso, entre otros, es habitual encontrarse en medio de una confrontación equívoca y excluyente entre razones y emociones. Algo muy frecuente en la retórica política es la instrumentalización de la dicotomía emoción/razón. Las opiniones y discusiones políticas están llenas de referencias, por parte de los que esgrimen tener la razón política, a la irracionalidad de unas ideas y comportamientos -las de los adversarios- condicionados por las emociones y los sentimientos, siendo vistos estos dispositivos emocionales como fuerzas peligrosas, incontrolables, que inducen al sectarismo y dificultan la negociación y el compromiso.

Frente a la política como el reino por excelencia de lo racional (Ramón Máiz), las aportaciones de la neurobiología, la psicología social, la sociología, la filosofía, entre otras, han ejercido una fuerte influencia en la teoría política (y económica) reciente, conminándola a revisar sus postulados racionalistas y a reformular el reduccionista y estrecho concepto de razón política hasta ahora hegemónico. Ello ha enriquecido nuestro conocimiento de la condición humana poniendo en valor el descubrimiento del rol que los afectos y emociones juegan en los procesos de percepción, cognición y decisión que determinan nuestra vida política.

En síntesis, las emociones no son fuerzas ciegas, no son irracionales, no son meros impulsos ingobernables. Para dominar las pasiones se necesita una emoción motivada por la razón, es imposible dominar las pasiones sólo a través de la razón pura. Para Damasio hay dos posturas sobre cómo se puede contener la pasión. Una primera puede asociarse con Kant en la que simplemente dices no y por pura voluntad lo niegas y una segunda, que podríamos asociar con Spinoza o Hume, mucho más humanizada, porque se percatan de que la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una emoción positiva mucho más fuerte que la neutralice. Kant deseaba combatir los peligros de la pasión con la razón desapasionada; Spinoza deseaba combatir una pasión peligrosa con una emoción irresistible.

Las emociones implican pensamiento, juicio y evaluación y, pueden educarse con miras al mejoramiento de la vida moral y política. La valiosa función cognitiva y práctica de las emociones requiere una apropiada educación y conducción temprana de nuestras maneras de sentir y emocionarnos. Existe un sentir social que la persona interioriza y aprende por contagio de las personas con las que vive y se relaciona. Un sentir manipulable, para bien y para mal. Pero no podemos vivir ni razonar sin ellas. Lo que si podemos es aprender a sentir de forma adecuada igual que podemos actuar de forma adecuada. En el encauzamiento de las emociones juega un papel importante la facultad racional pero no para eliminar las pasiones o las emociones, sino para darles el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva, esto es lo que propuso Aristóteles cuando dijo que las emociones pueden ser educadas para lograr ser la mejor versión posible como persona, a la vez que utilizadas a favor de una buena convivencia.

publicado en pensamientocritico.org, junio de 2023