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Unos humildes titiriteros han sido encarcelados y están siendo tratados como peligrosos delincuentes acusados por «enaltecimiento del terrorismo».

Los que mueven los hilos ya saben que se trata de no dejar títere con cabeza en el gobierno municipal de Madrid. Lo espeluznante es que la detención se produce por la misma manipulación de pruebas que la obra pone de manifiesto. Como alguien ha escrito, este país es un guiñol esperpéntico en el que quienes mueven los hilos, tratan de manejar en beneficio propio a las instituciones y a la opinión pública como si fueran títeres.

Con este motivo y porque tiene alguna relación con este hecho cito un libro de John Gray que he leído no hace mucho y tiene un título sugerente «El alma de las marionetas» (2015, Sexto Piso). Un libro que trata de ahondar en el concepto de libertad.

Que somos marionetas ignorantes, de qué o de quién las mueve, ha sido y es tema recurrente de la filosofía, la religión, la literatura y otras artes. ¿Somos libres?

¿Existe el libre albedrío? ¿Entendemos todos lo mismo cuando empleamos estos términos?

En «El alma de las marionetas», John Gray asemeja la libertad humana a la libertad de las marionetas. En nuestro caso, el titiritero habita oculto en nuestra propia conciencia, y los hilos vienen dados por nuestra historia e ideas, pero nada implica que podamos evadirnos de los límites que constriñen y determinan nuestros actos en el mundo. John Gray observa que el anhelo sigue siendo liberar de una vez por todas al ser humano de sus ataduras, para dar comienzo a una nueva era de libertad humana y de plenitud. En cambio, John Gray argumenta con lucidez casi lo contrario: justo ahí donde creemos liberarnos de las cadenas que nos atan, los seres humanos nos revelamos como simples marionetas incapaces de admitir las fronteras a las que irremediablemente nos constriñe nuestra condición.

El libro es un estudio sobre cómo el ser humano persigue el espejismo de la libertad, pretendiendo inútilmente desafiar sus limitaciones a través del conocimiento y expone lo que considera sus límites y contradicciones a partir de una aproximación básicamente literaria y poética. Por sus páginas desfilan el sacerdote del XVII Joseph Glanvill, Giacomo Leopardi, Stanislaw Lem, Mary Shelley, Andréi Tarkovsky, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges o Hobbes.

La novedad del enfoque de Gray es que utiliza el símil de la marioneta al revés de lo que es usual. El tópico clásico de que los humanos no somos libres por ser marionetas es sustituido por la idea de que, precisamente por no serlo, sentimos nuestra falta de libertad. Esto nos lleva a una lucha sin esperanza y a depositar vanas perspectivas en que el avance del conocimiento intelectual y la razón nos vayan a liberar.

La idea o el mito o la superstición del progreso moral, así como el de la capacidad de los seres humanos para dejarse guiar por la razón son dos de los temas recurrentes en los libros de Gray.

Hoy retirado de la vida docente, este sugerente y heterodoxo profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford y de Pensamiento Europeo en la London School of Economics suele ser descrito como una suerte de ¨profeta de la fatalidad¨, un ¨pesimista racional¨ o un ïlustrado oscuro¨. Con su ataque a la teoría sobre el fin de la historia y certeros vaticinios como el desastroso escenario del Irak posbélico o el colapso bancario mundial que anticipaba en «Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global», su nombre se hizo un hueco entre los pensadores británicos más influyentes.

«El alma de las marionetas» se inspira en un libro del pensador alemán Heinrich von Kleist «Sobre el teatro de marionetas», para quien la libertad sería a la postre «un estado del alma en el que se ha eliminado todo conflicto» o, quizá más exactamente, en el que no se arrostrara «la carga de tener que elegir». Por el contrario, lo que nos sugiere Gray es que aquello que escapó a la comprensión del poeta alemán, el hecho problemático de que lo singularmente humano es el conflicto interno, puede también ser fuente liberadora de autoconciencia y creatividad. O, como escribió Albert Camus: «que si hay un pecado contra la vida, tal vez este no consista tanto en la desesperación ante la vida que tenemos como en la esperanza de otra, y en eludir la grandeza implacable de esta vida».

Al final del libro, Gray nos dice que «Sólo criaturas tan imperfectas e ignorantes como los seres humanos pueden ser libres del modo en que son libres los seres humanos», siempre y cuando renuncien a explicarlo todo desde una conciencia absoluta y acepten su condición efímera y limitada: su condición de marionetas que no mueven los hilos.

                                                                                                        10/02/16