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PRÓLOGO

Javier Álvarez Dorronsoro

El libro que Kepa Bilbao nos ofrece es un buen texto de historia del pensamiento económico guiado por el propósito de ofrecer una crítica de la ideología capitalista de libre mercado. A través de sus páginas nos acercamos al pensamiento de grandes economistas como Adam Smith, Joseph Schumpeter, John Maynard Keynes o Karl Marx, al tiempo que estos análisis y otras referencias del pensamiento económico proyectan luz sobre las ideas que han impregnado la mentalidad económica en las décadas anteriores a la crisis y sobre las políticas con las que los gobiernos han afrontado la misma.

Kepa Bilbao tiene al acierto de optar por un tratamiento histórico del capitalismo y a la vez enfatizar sus dimensiones social, política e ideológica, así como su capacidad de adaptación a diversos contextos. Ello le permite describir con más perspectiva las transformaciones que ha sufrido a lo largo del último siglo y, en función de esa plasticidad del sistema, reivindicar la utilidad de la crítica.

En realidad, la justificación de la necesidad de una crítica ideológica del capitalismo no es un asunto trivial. La ineficacia de la crítica ha sido argumentada desde diversas posiciones. Por parte de los defensores del capitalismo, mediante la idea de que el capitalismo escapa a cualquier escrutinio moral: no tiene moralidad, es un conjunto de leyes invariantes, la moralidad es en todo caso objeto de sus administradores. Y también desde la posición opuesta: el funcionamiento del capitalismo es inmutable, por tanto no vale la pena criticarlo. Ambos enfoques están destinados a invalidar cualquier intento crítico. Sin embargo, el capitalismo segrega ideología, como deseos insaciables o afán de lucro, y este hecho adquiere categoría de evidencia empírica. Bien lo sabían tanto los moralistas del despertar del capitalismo, que comenzaron por criticar estos efectos nocivos, como los que más tarde terminaron justificándolos – tal como nos recuerda Kepa Bilbao tomando como referencia el magnífico relato que de ello hace Albert Hirschman en su obra Pasiones e intereses– con el argumento de que la codicia humana atemperaba otras pasiones más peligrosas. En determinados contextos sociales y políticos estas ideas que destila el capitalismo han campado a sus anchas, en otros se les ha puesto límites institucionales e ideológicos. De ahí el interés de la crítica.

Una de los temas destacados de la obra de Bilbao es la crítica del mercado autorregulador y los efectos de la “mano invisible”. Bien justificada está la extensión con la que Bilbao nos introduce al pensamiento del inventor de este artificio, Adam Smith, y nos recuerda la doble dimensión de este postulado: su ficción como hecho empírico y su utilidad como argumento ideológico. Karl Polanyi a través de su conocida y apreciada obra La Gran Transformación nos advirtió de las nefastas consecuencias que este principio tuvo en las primeras décadas del siglo pasado. Polanyi creía firmemente que el mundo había escarmentado tras haberse dejado llevar por la idea de que el mercado libre se autorregula a sí mismo. Los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial parecieron darle la razón, en la medida en que la regulación –y en especial, la del capital financiero- fue una de las señas de identidad de la política económica de gobiernos socialdemócratas, liberales y conservadores. Pero a partir de los años 80, para los que deberíamos acuñar el término de Contrarrevolución Económica, todo cambió. No se trataba sólo de un giro en la política económica, el marco cultural en el que éste se realizó mostró profundas alteraciones en pocos años.

En los años setenta el pensamiento postmoderno destacaba lo efímero, la diversidad, la diferencia y el localismo como respuesta al quebranto sufrido por la ideología del progreso y las creencias utópicas. Sin embargo, a finales de los ochenta, en un clima favorecido por el declive del comunismo y la revolución informática, renació la teoría de la modernización y el progreso con algunos ingredientes distintos a los de épocas anteriores: no había alternativas sociales heroicas que proponer al capitalismo, pero se vaticinaba la universalidad del modo de producción, la convergencia cultural y moral de la humanidad y la igualación del nivel de vida de todos los países. Podríamos caracterizar esta visión con un término: Ideología de la Globalización. Como gran novedad, en esta proyección del futuro, el mercado jugaba un papel decisivo. El teórico social Jeffrey Alexander en su obra Sociología cultural comentaba cómo diferentes grupos de intelectuales contemporáneos reflotaron la narrativa emancipatoria del mercado, caracterizando el pasado como “sociedad antimercado” y el presente y el futuro como “transición al mercado”, y convirtiendo la liberación en algo que dependía de la privatización, los contratos, la desigualdad monetaria y la competitividad. Tony Judt, por su parte, en su texto Algo va mal puso de relieve uno de los elementos fundamentales de este cambio de época: “si tuviéramos que identificar una sola consecuencia general de la transformación intelectual que caracterizó el último tercio del siglo XX probablemente sería el culto al sector privado y, en particular, el culto a la privatización”. La apología de la eficacia del sector privado frente al público recorrió todo el espectro político, de derecha a izquierda, y allanó el camino de la ola de privatización que hoy nos invade. De aquellos polvos, estos lodos.

En las décadas siguientes el capitalismo incorporó elementos de esas dos subculturas que habían coincidido en los años 80. El horizonte de convergencia propio de la modernidad y rehabilitado con el nuevo modernismo, quedaba para el largo plazo, el mercado se encargaría de ello con el añadido de que la receta era la misma para todos los países fuera cual fuera su momento de desarrollo: la economía neoliberal. Por otra parte, elementos como la avidez por la diferenciación, la desigualdad, la realización personal inmediata, el “todo a corto plazo”, más en consonancia con las ideas que recogió el pensamiento postmoderno, resultaban funcionales para los nuevos modelos de consumo, producción y redistribución. Términos como flexiblidad y adaptación (que enmascaraban con frecuencia la precariedad en el trabajo) tomaron vida propia, cargados de una valoración positiva, independientemente de cualquier contexto. Como remate, la ideología del progreso -bajo nuevas formas- proporcionaba el recurso de tildar de reaccionario o regresivo a quien mostrara su rechazo a la globalización o a los procesos de transformación de la economía en curso.

En la economía convencional -tema al que Kepa Bilbao dedica especial atención- tuvo lugar la rehabilitación de la teoría del mercado autorregulador y de su creador -no el Adam Smith de La teoría de los sentimientos morales sino el inventor de la mano invisible– acompañada de otras como la teoría de las expectativas racionales o de los mercados eficientes, que al tiempo que subrayaban la inutilidad de la regulación pública de la economía, profetizaban una suavización de los ciclos económicos e incluso hasta la desaparición misma de las crisis.

Tras describir estas rupturas en la mentalidad económica, Kepa Bilbao entra de lleno en la crisis y en las políticas anticrisis. Su descripción deja entrever sobradamente cómo en el forcejeo entre las políticas de austeridad y las políticas de inversión pública subyacen debates que estaban en las controversias teóricas de economistas del pasado. Este revival de ideas económicas en la actualidad refuerza el interés de la disciplina de la historia en general y de la historia del pensamiento económico en particular, disciplina a la que desgraciadamente se otorga la misma atención que a las obras de museo sin apreciarla como herramienta creativa que explica el presente y proyecta el futuro. Desprenderse del marco histórico de los procesos económicos que nos han llevado a la catástrofe conduce con frecuencia a deslizamientos hacia explicaciones fáciles de la crisis como atribuir ésta a que los ciudadanos han gastado más de lo que ingresaban, a la falta de modernización de las administraciones públicas y de los servicios sociales o a la rigidez de los mercados de trabajo, certificando así que no se ha entendido nada de lo que nos ha ocurrido.

Kepa Bilbao no cierra el libro sin preguntarse por el futuro del capitalismo. Tras repasar los fundamentos de las dudas con las que algunos teóricos como Schumpeter o Keynes abordaron el destino de la economía de mercado, trae a colación los juicios que economistas críticos con la exuberancia neoliberal hacen de las tendencias actuales del sistema. Comentarios de gran interés de las obras de Jeffrey Sachs, Walden Bello, Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Dani Rodrik, entre otros, ilustran este capítulo. Y si bien Kepa Bilbao a lo largo del libro ha concedido una importancia sobresaliente a la incidencia del pensamiento económico en la deriva del capitalismo -éste era al fin y al cabo uno de los objetivos del texto- no se olvida de recordarnos en el epígrafe “a modo de conclusión” la trascendencia que las fuerzas sociales y políticas tienen en este futuro.

En definitiva, la obra de Kepa Bilbao proporciona un gran angular para examinar la crisis y las tendencias actuales del capitalismo. Constituye una eficaz herramienta de reflexión y de ningún modo nos deja indiferentes ante los tiempos de oscuridad y zozobra que estamos viviendo.