Kepa Bilbao
(Del libro La modernidad en la encrucijada. La crisis del pensamiento utópico en el siglo XX: el marxismo de Marx, Gakoa, Donostia, 1997)
En polémica con los distintos socialistas llamados utópicos, Marx y Engels reafirman, una y otra vez, que la clase obrera no tiene ideales que realizar: Lo que persigue es lo que el desarrollo histórico pone al orden del día.
«Para nosotros -escriben Marx y Engels en la Ideología alemana- el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que haya de estar sujeta la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual».
Como comenta Kelsen, la concepción expresada en este texto -en el que un proyecto práctico no se reconoce como tal, escondiéndose bajo la apariencia de una descripción moralmente neutra – refleja «la confusión más radical de los límites entre realidad y valor» al presentar «postulados ético-políticos revolucionarios como leyes de desarrollo que se realizan por una necesidad natural».
La diferencia entre el marxismo y el resto de socialismos llamados utópicos está aquí. El socialismo utópico opone el ideal a la realidad, el deber ser al ser. El marxismo, por el contrario, que presume haber buscado y averiguado las leyes que regulan el movimiento histórico real, se autodenomina socialismo científico. No es pues un deber ser moral, sino una necesidad científica.
La ignorancia -que el marxismo hereda de Hegel- de la gran división entre ser y deber ser tiene, en opinión de Kelsen, consecuencias devastadoras para esa doctrina, tanto si es contemplada desde un punto de vista normativo como si se atiende a su pretensión de constituir una teoría explicativo-predictiva del desarrollo de la sociedad:
a) Desde un prisma normativo, el marxismo resulta insostenible porque, dada la irreductibilidad de los valores a los hechos, «jamás de los jamases se puede dar una respuesta al justo fin de la acción, a través del conocimiento de lo que acontece y tal vez, verosímilmente, habrá de acontecer; ni siquiera la comprobación de las tendencias mas fuertes del desarrollo hacia un orden socialista de la sociedad (…) es capaz de justificar el socialismo como programa político, como fin del querer y del actuar». El intento de fundamentación del fin orientador de la acción en su pretendida inevitabilidad futura configura, pues, al marxismo como una especie más de naturalismo ético de tipo historicista;
b) La autopresentación del marxismo como teoría científica, explicativo-predictiva del acontecer social no queda mejor parada, pues la profecía del comunismo no es prognosis ( conocimiento anticipado o previsión de algún suceso) científica sino -al igual que las “tendencias naturales” de los iusnaturalistas- fruto de valoración no declarada introducida en el examen del desarrollo social: «así como la doctrina del derecho natural puede deducir de la naturaleza sólo lo que ha proyectado previamente en ella (…) la verdad social que Marx pretende hacer surgir de la realidad es su propia ideología socialista proyectado sobre aquella». El marxismo, concluye Kelsen, no es pues una teoría científica, sino más bien una filosofía teleológica de la historia. (1)
Marx inhibe sus valores morales. Mas no por ello deja de haber en él un radicalismo moral, más allá de su autoconsciencia explícita en ese terreno. El propio Marx se sitúa en un terreno eminentemente ético cuando, por ejemplo, en sus famosas Confesiones responde a su idea de felicidad, con la lucha; o a su idea de la miseria, con la sumisión; o al vicio que más detesta, con el servilismo. (2) Otro claro ejemplo lo constituye El Manifiesto plagado de consideraciones éticas y morales.
Como señala Gouldner: «Marx era un materialista paradójicamente idealista, que reprimió su propio idealismo al declarar que no poseía un ideal, (sino que como Sócrates) solo era una comadrona que ayudaba a nacer a lo que se había gestado en el útero de la historia e instaba a otros a hacer lo mismo».(3)
La fórmula misma de socialismo científico, refleja la confusión entre los fines políticos o éticos y el conocimiento científico. Esos fines no pueden ser científicos, aunque sí puedan serlo los medios para alcanzarlos. Podemos discutir también en el plano del análisis social sobre si esos medios están disponibles, podemos especular o analizar si resulta plausible sostener como compatibles diversos fines o estos pueden ser contradictorios, o incompatibles. Podemos, en fin, hacer muchas cosas pero nunca reducir los objetivos de un programa político a su supuesta fundamentación científica.
Manuel Sacristán, formula la cuestión del siguiente modo: «La confusión de la noción de programa (propuesta crítica de objetivos y medios) con la concepción del mundo (síntesis especulativa de incierta validez teórica con valoraciones pragmáticas no explícitas como tales) no es, ni mucho menos un trivial fallo del pensamiento. Obedece a una problemática real, que puede describirse brevemente así: un programa práctico racional tiene que estar vinculado con el conocimiento positivo, con las teorías científicas, pero no puede deducirse de ellas con medios puramente teóricos, porque el programa presupone unas valoraciones, unas finalidades y unas decisiones que, como es natural, no pueden estar ya dadas por la teoría, por el conocimiento positivo» (4)
Marx subestimó la complejidad de las pasiones humanas. Como señalaría años más tarde Erich Fromn, careció de una penetración sicológica satisfactoria, no tuvo un concepto adecuado del carácter humano. No reconoció las fuerzas irracionales que actúan en el ser humano que le hacen tener miedo a la libertad y que producen un ansia de poder y destructividad. Por el contrario, en su concepto del hombre estaba implícito el supuesto de la bondad natural de éste, que se reafirmaría en cuanto se librara de las mutiladoras cadenas económicas. En este aspecto, en Marx y Engels está en el fondo, una vez más, su concepto, excesivamente simplificado, optimista y racionalista, del hombre. No trascendieron nunca el ingenuo optimismo de los enciclopedistas del siglo XVIII. Esto llevo al pensamiento de Marx, entre otras cosas, a subestimar el factor moral: «Precisamente -dice Fromn- porque suponía que la bondad del hombre se reafirmaría automáticamente cuando se hubieran realizado los cambios económicos, no vio que gentes que no habían sufrido un cambio moral en su vida interior no podían dar vida a una sociedad mejor. No prestó atención, por lo menos explícitamente, a la necesidad de una orientación moral nueva, sin la cual vendrían a ser inútiles todos los posibles cambios políticos y económicos».(5)
La no consideración de la ética en la fundamentación de los objetivos revolucionarios hizo que Marx y Engels no prestaran atención al problema de los medios empleados en la lucha: son buenos todos los medios empleados para lograr un buen fin: «Todo medio -dice Engels- me parece bueno, el más violento y el aparentemente más suave, para alcanzar el fin». El problema de la moralidad de los medios, uno de los más peliagudos de la ética, queda así suprimido.
La reducción de los valores al plano de la facticidad ha sido predominante no sólo en los textos de Marx y Engels sino en la tradición marxista: Rosa Luxemburg, Kautsky, Lenin o Trotski. En todos ellos el deber ser se presenta como deducido de la necesidad; la valoración moral no tiene otro fundamento que el conocimiento de pretendidas leyes históricas al que se añade, singularmente en el caso de Lenin, un utilitarismo bastante crudo que puede enunciarse del siguiente modo: quedan justificadas todas las acciones que contribuyan al establecimiento del comunismo. (6)
(1) KELSEN, Hans. Escritos sobre la democracia y el socialismo, selección y presentación de J. Ruiz Manero, Debate, Madrid, 1988. Lucio Colletti haciéndose eco de la crítica de Kelsen a Marx, considera que detrás de esta confusión en el marxismo entre hechos y valores, causas y fines, está tanto la herencia hegeliana en cuanto a la concepción de la historia como una mala comprensión de la teoría de la evolución de Darwin. La superación de la ideología, Cátedra, Madrid, 1982, pp. 162-166.
(2) McLELLAN, D. Op. Cit. p 526.
(3) GOULDNER, Alvin. Op. Cit. p 45.
(4) SACRISTAN, M. Op. Cit. p 110.
(5) FROMN, E. Psicoanálisis de la sociedad conteporánea, F.C.E., p. 220.
(6) En el momento de la constitución del marxismo, la cuestión moral no tiene ningún relieve, será más tarde, en la primera década del siglo XX, tras el debate suscitado por Bernstein a finales de los noventa, cuando esta cuestión alcanzará una gran importancia. Bernstein, recusando la importancia primordial de la economía, rehabilitando el papel de la ideología y de la moral, propugna una vuelta a Kant contra Hegel. La corriente austro-marxista planteó el materialismo histórico como un programa de conocimiento de la dinámica social que debía complementarse con un discurso ético-normativo que fundase el socialismo como programa, esto es, como un objetivo valioso (ver L. Kolakowski Op. Cit. T.II pp.240 y ss.; también, Socialismo y ética: textos para un debate, textos seleccionados por V.Zapatero, Debate, Madrid,1980).