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                                             “Matar al presidente”

                                            Kepa Bilbao Ariztimuño

             El magnicidio de Carrero Blanco, además de un tremendo impacto en España y Europa, provocó, tanto en los círculos políticos oficiales como en la oposición, desconcierto y perplejidad, así como alegría en amplios sectores populares.

Significativo de esto que digo es que cuando Franco se enteró, dirigiéndose a Torcuato Fernández Miranda, presidente en funciones, le dijo: “la tierra tiembla bajo nuestros pies”.

Mucho se ha escrito sobre si hubo o no una mano negra, si realmente fue ETA la autora del atentado o algún sector opuesto a Carrero dentro del Régimen o si fue obra de algún servicio secreto extranjero.

De este confusionismo y especulaciones participó el PNV y el PCE. El PNV, por boca del lehendakari Leizaola, negando la autoría de ETA y diciendo que los vascos no hacemos estas cosas porque son, y cito literal, “impropias del hombre vasco” y el PCE porque era cosa de profesionales experimentados y no de ‘amateurs’ que, de manera irresponsable, reivindican la paternidad del atentado. Carrillo llegó a decir que eran los servicios secretos norteamericanos.

ETA necesitó cuatro comunicados y una rueda de prensa para dejar claro que había sido ella, además del libro Operación Ogro. Bueno, pues ni siquiera el paso de los años han logrado acabar del todo con las especulaciones en torno a este suceso. Partiendo de una serie de pormenores inverosímiles que tienen lugar previamente al atentado, se siguen ficcionando y divulgando increíbles teorías conspirativas. Una prueba de ello es la recién estrenada docuserie “Matar al presidente” de Movistar+.

Hasta donde hoy sabemos ninguna de las teorías conspiranoicas que se relatan en la docuserie se sostienen. Comparto la opinión de historiadores que han investigado exhaustivamente este magnicidio y han concluido en que fue ETA, autónomamente, la autora.

La figura de Carrero y su papel en el régimen.

Generalmente, cuando se menciona a Carrero, la atención se centra en lo espectacular de su muerte y solo de pasada en la figura política y el papel que jugó en el régimen.
El retrato más conocido que se tiene del almirante Carrero es el de un militar con pocas medallas metido a político.

Carrero fue un leal devoto de Franco, su número dos, la “eminencia gris” desde 1941 de una dictadura represora. Un católico integrista, antiliberal, por supuesto anticomunista. Discreto y austero.

Cuando en junio de 1973 fue designado por Franco presidente de gobierno, para asegurar la continuidad de su régimen, Carrero era ya una figura gastada. Envejecido, en 1972 le confesó a López Rodó: “Los años pesan, estoy cansado y tengo la cabeza como un bombo”. Su distanciamiento de lo que ya entonces era la sociedad española se reflejaba claramente en un escrito repartido pocas horas antes de su muerte y destinado a debatirse en el consejo de ministros en los días inmediatamente posteriores. El escrito partía de una visión conspiratoria de la historia, mostraba su obsesión por los grandes demonios de la España franquista, el comunismo y la masonería, y advertía de su infiltración, tras años de desarrollo y modernización, en la Iglesia, en las Universidades, en las clases trabajadoras, en los medios de información y escribía literalmente: “espero que todavía sin éxito en la policía y en las FFAA”. Pero lo que más disgustaba e indignaba a Carrero era el cambio acontecido en la Iglesia.

Su nacionalismo y su condición de militar formaban un todo con sus concepciones religiosas. Así se entiende que al final de su vida le dijera al cardenal Tarancón que para él era más importante ser cristiano que presidente de gobierno.

En el escrito hacía mención a la represión de la que afirmaba taxativamente que “debía ser dura”. Le obsesionaban las cuestiones relacionadas con la formación, lo que se refería a la moralización en términos genéricos, como la venta de libros y revistas contrarios al ideario propio o inmorales, se refería a los bailes y música decadentes. “Se trata, escribió Carrero, de formar hombres, no maricas”.

El orden y la unidad en torno al ejército fue la fórmula de Carrero. “Orden, unidad y aguantar” frente a los enemigos externos y “buena acción policial para prevenir cualquier subversión” interna.

Este fue el horizonte político y mental con el que se enfrentó luego uno de sus escasos receptores como fue Arias Navarro. Un franquista puro que no se llevaba con el rey, a diferencia de Carrero. Carrero no creó escuela y al final su memoria fue apropiada por lo que entonces se conocía como el “bunker”, los más ultras del régimen.

Ahora bien, además de este retrato de un Carrero inmovilista, Antonio Rivera en El día en que ETA puso en jaque al régimen franquista (Taurus, 2021), siguiendo a Tusell, biógrafo de Carrero, señala que este fue una figura muy importante y sus decisiones determinantes en tres procesos:

1) Impidiendo los intentos constituyentes del modelo fascista de Arrese en 1956. Toda una generación de franquistas, la mayoría del Opus Dei, encabezada por el principal mentor de Carrero, López Rodó, colaboró en la institucionalización de un régimen que algunos han definido como tecno-autoritario. Y, ciertamente, Carrero desconfiaba de la falange más radical.

2) el segundo punto en que su papel fue fundamental es en la restauración de la Monarquía en la persona de Juan Carlos en oposición a la instauración de una monarquía tradicional y autoritaria, una que recogiera los valores y el espíritu del Movimiento Nacional. Y (3) fue muy importante su respaldó a los hombres del Opus Dei que impulsaron los planes de desarrollo y estabilización.

¿Qué consecuencias tuvo el atentado para ETA, para el régimen y su continuidad?

El atentado supondrá un salto cualitativo de ETA, atentando por primera vez fuera de Euskadi y nada menos que contra el presidente del gobierno. Las simpatías por el atentado de Carrero traspasaron fronteras y redobló su prestigio que se había visto acrecentado a raíz de las protestas contra el juicio de Burgos tres años antes.

El prestigio de ETA aquellos años fue también el prestigio de la violencia política como recurso eficaz de lucha en la conquista de logros políticos, así como de su causa: la independencia. Algo que caló en amplios sectores de la población, en particular en la juventud.

Lo más negativo resultaría ser la legitimación de la violencia de ETA. Lo más positivo el reforzamiento de la lucha antifranquista hasta el fin de la dictadura (recuerdo que fue espectacular esos años el aumento de la militancia antifranquista, en concreto, en ETA y en los partidos de la extrema izquierda, llegando estos últimos a doblar y triplicar su militancia).

Tengo que decir que muy pocos intuimos las consecuencias tan problemáticas que pudieran derivarse de una acción como aquella, me refiero a la deriva posterior de ETA. Consecuencias que solamente con el paso del tiempo fuimos conscientes y pudimos abordar, algunos antes, otros mucho más tarde.

El debate historiográfico se ha planteado habitualmente en términos contrafactuales, en el qué hubiera pasado si Carrero no hubiera desaparecido. ¿Habría sido posible la transición que conocemos con Carrero Blanco? Hay quienes creen como el historiador británico Charles Powell, los historiadores Gil Pecharromán y Antonio Elorza o Juan Luis Cebrián que con Carrero todo se hubiera prolongado y no hubiera sido posible la transición. Otros consideran que su lealtad a Juan Carlos le hubiera impedido oponerse al proceso de transición, de esta opinión eran, entre otros, su biógrafo Javier Tusell y Ángel Ugarte, entonces jefe de los servicios secretos en el País Vasco, cuyo parecer es que el rey tenía claro que el cambio de régimen era inevitable y Carrero nunca hubiera ido contra él.

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Kepa Bilbao Ariztimuño es el autor, entre otros libros, de Años de plomo. La excepcionalidad vasco-navarra en la transición (1975-1985), ed. Gakoa, 2019.