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Kepa Bilbao
(hika, nº89, mayo 1998)

Jean-François Lyotard, uno de los filósofos franceses más importantes de la segunda mitad de este siglo falleció de leucemia en la noche del 20 al 21 de abril en París a los 73 años. El que pasará a la historia como el gurú de la posmodernidad, nace en Versalles en 1924. Licenciado en Filosofía en 1950, se doctoró en Letras en 1971. Después de 10 años dedicados a la enseñanza secundaria inicia su carrera como docente universitario, ejerciendo, entre otras, en las universidades de París VIII, París y Nanterre. Profesor visitante en las universidades de Berkeley, San Diego, John Hopkins y Wisconsin, de EEUU. Investigador del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), ha sido comisario de la exposición Les Inmatériaux (1985) en el Centro Georges Pompidou. Presidente del Colegio Internacional de Filosofía (1984-1986), fue además profesor emérito de las universidades de Irvine (California), París VIII y habitual en la de Emory (Atlanta).

En su adolescencia basculó entre convertirse en fraile dominico, dedicarse a la novela o a la historia. Orilló la vocación religiosa porque, como él mismo confesó, si bien la pobreza le daba igual, no así la castidad. Lyotard nos deja un texto póstumo: La confessión d´Agustin (aún no publicado) en el cual aborda su implicación espiritual, su vocación por la vida retirada y la meditación, que vivió en su juventud.

Tras licenciarse en filosofía en 1950 se fue a enseñar a Constantina (en la Argelia bajo dominio francés). Los sucesos de Argelia acentuaran su preocupación política hasta llevarle a comprometerse con el grupo filo-trotskista -Socialisme ou Barbarie- donde militará junto a personajes como Baudrillard y en el que su principal figura teórica será Cornelius Castoriadis (recientemente fallecido). El año 64 el grupo se dividirá y Lyotard se incorporará a otro que se formó en torno al periódico Pouvoir ouvrier, el cual también abandonará más tarde. En total más de 20 años de militancia incansable, día y noche, contra el totalitarismo, contra el capitalismo y el socialismo burocrático.

A punto de cumplir 50 años, es nombrado profesor de filosofía en la universidad de Vincennes. Impartirá clases junto a Deleuze, en el precario edificio del bosque de Vincennes, una universidad en la que las clases no tenían puertas y en la que no existían los exámenes ni los controles académicos. Fue esta una etapa creativa en la que escribió mucho: Discurso, figura (1971), A partir de Marx y Freud (1973), Dispositivos pulsionales (1973), Economía libidinal (1974). Si bien en 1954 escribe su primer libro sobre la fenomenología de Husserl, que la pone en relación con el marxismo, lo esencial de su obra aparecerá en los años 70 y 80. Lyotard en esta etapa, década de los 70, se preocupará por la estética, anteponiendo la imaginación y el arte a la teoría. Se aleja definitivamente del marxismo, y comienza a desarrollar un pensamiento original nutrido de sus propias experiencias de vida. Esboza una filosofía vitalista de los instintos. Critica las nociones de razón y de teoría que provienen de la Ilustración, tanto en su rama liberal como marxista, dando así los primeros pasos en la descripción de los rasgos de la condición posmoderna como rechazo de los grandes relatos legitimadores de la modernidad.

La condición posmoderna

El pensamiento de Lyotard alcanzará su mayor síntesis y una confluencia de todo su propio proceso transformador en una obra de circunstancias que se publicará en 1979 bajo el título de La condición postmoderna, y que trata sobre el saber o el estado de los conocimientos en las sociedades más desarrolladas. Libro que se convertirá en el más difundido de los casi 30 publicados y en pieza básica de toda una polémica mundial.

Lyotard toma prestado el término posmoderno, del campo de la arquitectura y de la crítica literaria norteamericana que lo había puesto en circulación durante los años sesenta a partir de su utilización por parte de Leslie Fiedler e Ihab Hassan, pero será él quien contribuya fundamentalmente a reformularlo en un momento que los intelectuales norteamericanos se encontraban interesados en la lectura de los postestructuralistas franceses (Barthes, Kristeva, Derrida, Foucault, Baudrillard, Lyotard,…), los cuales, pese a sus acusadas diferencias, pasan a ser encuadrados bajo la denominación, un tanto imprecisa, de posmodernos. Calificativo que curiosamente ningún autor ha querido asumir, ni siquiera finalmente el propio Lyotard que será quien lo pondrá en circulación en Europa.

«Simplificando al máximo -dice Lyotard- se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarelatos». Por metarelatos Lyotard entiende las filosofías que pretenden abarcar toda la historia, como la historia del Iluminismo sobre el progreso gradual pero seguro hacia la razón y la libertad, la dialéctica de Hegel sobre el Espíritu, el relato cristiano de la redención de la falta de Adán por amor, los nacionalismos, el relato marxista de la emancipación de la explotación y de la alienación por la socialización del trabajo, el relato capitalista de la emancipación de la pobreza por el desarrollo tecno-industrial, así como el nacionalismo y todo tipo de mesianismo. Todos estos metarelatos, insiste Lyotard, están ya fuera de servicio. En parte, como resultado de los tremendos cambios técnicos, políticos, económicos y militares habidos durante el siglo XX. Pero sobretodo, a causa de la insuficiencia respiratoria de los mismos.
Ahora bien, esto no quiere decir que no haya relato que no pueda ser ya creíble, la decadencia de los grandes relatos no impide que existan millares de historias, pequeñas o no tan pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana. En su opinión la legitimación, tanto epistémica como política, ya no puede seguir residiendo en los grandes relatos filosóficos. La legitimación en la era posmoderna se hace plural, local e inmanente.

Lyotard es consciente de que estas reflexiones suyas sobre la condición posmoderna presuponen de alguna manera otro metarelato, una nueva visión global de la situación de Occidente, contradictoria con su pluralismo, con su rechazo de las grandes narraciones y la condena de la idea de totalidad. Abandonado el camino de la fenomenología, del marxismo y del freudismo ortodoxo, Lyotard hace su giro lingüístico. Con esta reducción de los problemas a su nivel lingüístico tratará de esquivar hasta cierto punto la contradicción entre su rechazo del Todo y su visión global del mundo. La manera en que Lyotard defiende estas ideas es bastante compleja y nada fácil de sintetizarlas en unas pocas líneas. Para Lyotard vivimos en medio de una pluralidad de reglas y comportamientos que expresan los múltiples contextos vitales donde estamos ubicados y no hay posibilidad de encontrar denominadores comunes universalmente válidos para todos los juegos; frente a este pluralismo las reglas no pueden por menos que ser heterogéneas.

Lyotard considera que vivimos sumergidos en islotes culturales sin comunicación, y afirma que Wittegenstein ha demostrado que no existe una unidad de lenguaje, sino más bien islas de lenguaje, cada una de ellas regida por un sistema de reglas intraducibles al de los demás. Una cultura no puede convertir a otra por la persuasión, sino sólo mediante alguna forma de fuerza imperialista: En La posmodernidad explicada a los niños (1986) dirá que: «ni el liberalismo, económico o político, ni los diversos marxismos salen incólumes de estos dos siglos sangrientos. Ninguno de ellos está libre de la acusación de haber cometido crímenes de lesa humanidad». Más aún, la búsqueda de consenso, que no sea local y temporal, se ha convertido en un valor anticuado y sospechoso, porque detrás del pretendido consenso o las reglas universales de juego se esconde el terror de los dominadores y el deslizamiento hacia el totalitarismo. Lyotard ve el consenso sólo como un estado particular de la discusión en las ciencias, pero no como su finalidad. Su finalidad es la paralogía. Los paralogismos son un acicate para nuevos descubrimientos. Son razonamientos falsos, ocurrencias absurdas contrarias a lo que se ha definido como la recta razón. El paralogismo rompe con el discurso lineal, razonado y ayuda a ver las cosas desde ángulos poco usuales y a transitar otros caminos. La ciencia posmoderna se enfrenta con problemas como el caos, los conflictos caracterizados por la información incompleta, las catástrofes o las paradojas pragmáticas que no se resuelven por consenso. La invención nace siempre del disenso y no del consenso.

Lyotard teme que tras los principios universales se escondan pretensiones totalitarias y tras la búsqueda de fundamentación esté la metafísica objetivante. Insiste en que el campo de lo social es heterogéneo y no totalizable. Descarta toda teoría social crítica que emplee categorías generales como las de clase, raza o género. Desde su punto de vista, tales categorías reducen demasiado la complejidad de las identidades sociales y por lo tanto, no son útiles. De esta forma, una gran parte de los pensadores de la modernidad temprana será sentada en el banquillo de los acusados, siendo el hegelianismo de izquierdas el principal acusado. Quien persista en los ideales de la Ilustración se hará sospechoso de totalitarismo por su aspiración a la ilustración total.

Repensar la modernidad

Estas ideas provocaron una avalancha de críticas, réplicas y contraréplicas, abriéndose un intensísimo y prolífico debate que teminaría por implicar a todas las disciplinas desde la filosofía, la sociología, la historia, antropología, teología, etc, sobre la consideración de nuestra época y, en general, del mundo moderno nacido de la Ilustración como algo superado y superable o, por el contrario, como algo reinvindicable en parte y, en todo caso, perfectible. Debate que no ha concluido y que aún continúa, aunque con menor intensidad y más sectorializado.

Años más tarde Lyotard comentará que en la obra del 79, con la que se inauguró la polémica, había cierto simplismo y una utilización de los vocablos postmodernidad y postmodernismo con intención provocadora, para llamar la atención sobre el problema del estatuto del saber, de que algo no marchaba como hasta entonces en la modernidad.

El Lyotard de 1988, pues no hay un solo Lyotard, en Lo inhumano: charlas sobre el tiempo, opta por llamar a todo este tipo de reflexión literatura general y plantea que su objetivo consiste en el fomento de la creación personal y en la reescritura de las cosas. Lyotard confiesa que le parece más acertado y preferible hablar de reescritura de la modernidad a continuar hablando de postmodernidad: «La postmodernidad no es una nueva edad, sino la reescritura de algunos de los rasgos de que se reclama la modernidad, y ante todo de su pretensión de fundar su legitimidad en el proyecto de liberar a la humanidad como un todo a través de la ciencia y la tecnología. Excepto que, como ya he dicho, este reescribirse a sí misma lo viene practicando la propia modernidad desde hace mucho tiempo». Lo que Lyotard llama reescritura de la modernidad no tiene mucho que ver con lo que suele llamarse postmodernidad, un período histórico que sucede a la modernidad, ni con el posmodernismo, un concepto estilístico que designa un movimiento o tendencia cultural posterior al modernismo.

Para terminar estas apretadas líneas, diré que son numerosas las críticas y objeciones que se le han hecho a Lyotard y en ocasiones bien fundadas, como por ejemplo, la de que un pluralismo tan radical corre el peligro de sustituir el Todo por una multiplicidad de todos que, al final, acaben por realizar la misma función que la criticada aún cuando sea a nivel de cacique; o la de que hay lenguajes, como el de las ciencias de la naturaleza, que no se rigen por la semiótica de Saussure-Derrida; o el hecho de que se precipita al dar por zanjada la reactivación de algunos grandes relatos viejos o la aparición de otros nuevos o sucedáneos; o que su mirada esté fundamentalmente y unilateralmente centrada en el campo de la cultura y de los países occidentales, dejando a un lado la realidad económica y social de los países más pobres en donde vive el 80% de la población, etc. Con todo, diré que la obra de Lyotard contiene importantes elementos críticos, originales y positivos que le hacen merecedora de que quien aún no la conozca se acerque a ella y pueda comprobarlo por sí mismo.
La historia personal de Lyotard, la evolución de su pensamiento, indican una predisposición al cambio constante, un talante crítico radical, una búsqueda incesante de los errores y de los lados oscuros de la modernidad, que nos recuerdan aquella recomendación de Nietzsche de pensar con el martillo.