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Kepa Bilbao
(hika, nº143-144, abril-mayo 2003)

Es un hecho que el Estatuto en Euskadi, al margen de las distintas valoraciones que hagamos de él, hace años que viene siendo más un punto de desencuentro que de encuentro. Otro tanto cabe decir del Pacto de Lizarra que reunió en su día a todas las fuerzas nacionalistas vascas más IU. Este último ha sido sustituido por el Plan Ibarretxe, que se puede decir que es, hoy por hoy, la alternativa que mayores adhesiones concita en las filas del nacionalismo vasco, incluido IU. La ruptura de ETA de la tregua no solo causó profunda desilusion y ruptura del consenso en la comunidad nacionalista vasca, sino que volvió a traer muerte y desolación en las filas del PP-UPN, PSOE y aledaños. La respuesta del Estado ha sido la ilegalización de Batasuna y el endurecimiento de las penas a los presos, lo que a su vez ha provocado la indignación y radicalización del mundo nacionalista vasco. Por otra parte, el caso del Prestige y la Petrocruzada en Irak con el apoyo del Gobierno español ha abierto una importante brecha en la unidad entre el PP y PSOE que se ha agudizado ante la posibilidad de la derrota en las urnas del PP y la vuelta del PSOE al Gobierno.

Estas rupturas, más la dramática persistencia de ETA, han calado ya en amplias franjas de la ciudadanía aumentando, día a día, la división, el hastío y la crispación en su seno y habiendo traspasado esta la barrera de lo político para afectar al de la amistad y el ocio. El nuevo ciclo electoral que ya se ha abierto con las municipales y forales y que concluirá el 2004 con las generales no va hacer mas que ahondar esta situación de división y crispación, al presentarse cada elección, por cada uno de los partidos pertenecientes a uno de los dos grandes bloques, una vez más, como si de la madre de todas las batallas se tratara, en la que el pueblo, vasco o español, se juega el ser o no ser de su supervivencia.

Las discusiones en la calle, en los bares, en nuestras casas, en los txokos -cuando se dan- entre los tertulianos de la radio y la televisión, en la prensa escrita, entre los políticos, se han vuelto reiterativas y circulares y la mayoría de las veces alcanzan un vuelo muy bajo, primando la descalificación total, el insulto, la exageración frente a la argumentación razonada y estando llenas de a prioris y creencias esencialistas. Las esencias, al no ser objeto de experiencia sino de creencia, no resultan fáciles de ser abordadas racionalmente y, por tanto, de saber en qué consisten. Generalmente suelen exigir fidelidades absolutas y en su nombre suele ser válida la coacción, la violencia y la guerra.

El primer paso que deberíamos dar en nuestras controversias y enfrentamientos nacionales sería pasar del querer tener razón siempre por encima de todo y de todos a querer estar en razón que es cosa bien distinta. La perspectiva del que siempre quiere estar en razón, dice Pablo Ródenas, es contrapuesta a la perspectiva esencializadora e intransigente del que quiere tener razón siempre, obliga -al que quiere estar en razón- a diseñar estrategias dialógicas y escépticas, que empiezan por rechazar la razón de la fuerza, entendida como sinrazón, y continúa autoprescribiéndose el recurso a la fuerza de la razón, entendida ésta de forma autocrítica y constructiva. De ahí que lo prioritario sea revisar la mecánica interna de ese dispositivo creencial esencializador existente en cada una uno de los relatos discursivos nacionalistas, sea este el vasco o el español.

Una identidad fronteriza

A un pensamiento único termina casi siempre por oponérsele otro pensamiento que pretende ser tan único como aquél contra el que se protesta. Las élites políticas, las de aquí y las de allí, llevan años ultraradicalizadas y pintándonos la realidad en blanco y negro, tratando de convencernos de que no hay más colores ni más abertzalismo o constitucionalismo auténtico que el que dicta su partido en un afán de polarizar las distintas parroquias y mantener sus cuotas de poder dando así satisfacción a los intereses materialistas, que también, están detrás de todo nacionalismo. Para unos, el nacionalismo vasco, todo él, sin matices, es opresor, xenófobo, terrorista o cómplice del terror y todo lo que propone es una trampa; y para los otros, el nacionalismo español quiere acabar con nuestro autogobierno y el euskera afirmando que vivimos nada menos que bajo una dictadura fascista. Para unos lo peor que se puede ser en este mundo es español, para los otros nazionalista vasco. Les encanta hacer épica de la política, remover emociones, hinchar sus respectivos yos nacionales a base de herir y humillar el yo nacional del contrario, embaucar voluntades y, noski, de paso, recaudar votos. Al igual que en la petrocruzada de Irak aquí también los beneficios se privatizan, en este caso en las oligarquías de los partidos, en tanto que las pérdidas se socializan, siendo la mayoría de los ciudadanos los paganos de tener que soportar una atmósfera enrarecida y una democracia maleducada y de baja calidad. Y esto parece que es necesario en una democracia de audiencia en donde el espectáculo en que se ha convertido la política exige conflicto dramático, división en buenos y malos y, sobre todo, expectación, que no es sino el suspense por saber si al final ganarán los míos.

Para alguien que ama y respeta a las gentes de su tierra, en su diversidad profunda, y que está educado en valores universalistas fuertes y de fraternidad, es un despropósito no ya entrar en este juego maniqueo, sino ser condescendiente con cualquiera de los extremos duros de los distintos nacionalismos en liza y no rebelarse tanto contra el antiespañolismo reaccionario que rezuman los unos como contra el antivasquismo igual de reaccionario de los otros. Con el agravante de que el calificado como españolista o el vasco-español que quiere vivir plena y libremente su identidad puede ser blanco de la hostilidad y el acoso y al que los representa costarle la vida. Como decían en un artículo reciente los escritores Anjel Lertxundi, B. Atxaga, Joserra Garzía, y otros, «Padeceremos la vergüenza de contar entre nuestros conciudadanos a personas capaces de calificar de terrorismo de Estado el cierre de Euskaldunon Egunkaria y, al mismo tiempo, mirar para otra parte cuando se produce el asesinato de, por ejemplo, Joseba Pagazaurtundua. No será menor la vergüenza ajena que sentiremos al comprobar cómo otros de nuestros conciudadanos cometen sin sonrojo alguno la aberración ética de imputar a la máxima autoridad democrática vasca la responsabilidad de un asesinato político, o de sugerir (…) que las instituciones vascas han venido financiando poco menos que un órgano de expresión de ETA».

Porque una cosa es la legítima afirmación de lo propio, de la identidad de cada uno y otra hacerla a costa de la negación del otro, de invadir los derechos de los otros, no digamos ya si es a costa de su eliminación física. En esto he de decir que reivindico una identidad fronteriza, asumo plenamente la diversidad y la hago mía como un elemento enriquecedor y considero imprescindible hoy el papel de enlace, de aglutinante en una sociedad tan dividida y enfrentada como la nuestra y porque Euskadi sin sociedad es una entelequia, no existe.

Gracias a la sensatez y a la santa paciencia de amplísimos sectores de la sociedad vasca, que negocian día a día sus diferencias (de identidad, de pertenencia…) con naturalidad, no estamos a torta limpia generalizada.

Las trincheras patrióticas están demasiado petrificadas como para pensar en un cambio de la situación a corto plazo. Es evidente que los conflictos no se resuelven a bombazos ni con abusos de poder. También es un hecho incontestable hoy que ETA representa el mayor obstáculo de partida para un pacto de convivencia entre la ciudadanía vasca y de ésta con el resto de la sociedad española y que la pelota está en su tejado desde hace años. Y he dicho de partida, porque desaparecida ETA nuestras controversias nacionales no desaparecerán, pero eso sí, podrán tener lugar sobre otro suelo cualitativamente distinto al actual y en principio más proclive a que se pueda dar algún tipo de entendimiento, en donde cabe esperar que se puedan abordar con un espíritu más práctico y menos teórico que hoy en día cuestiones tan básicas para toda comunidad política, aún no resueltas entre nosotros, como el nombre del país, sus límites, su identidad colectiva, que tipo de relación establecer entre los distintos territorios, qué relación con los estados español y francés, etc.

Julián Thomas Hottinger, especialista en mediación de conflictos, resume en tres los enfoques que pueden tener los actores a la hora de analizar un conflicto: el modo contencioso (echando la culpa de todo a la otra parte) y que es en el que nos encontramos; el modo reflexivo (mirando hacia el interior para reflexionar sobre las propias posturas en el conflicto) y el modo integrativo (mirando tanto la de su parte como ver la necesidad de entender las perspectivas de la oposición). Es este último enfoque, dice Hottinger, el que de verdad propone una salida de las trincheras hacia una nueva situación que se centre en las verdaderas necesidades e intereses de las partes.

La negociación de las diferencias suele ser un trabajo difícil y doloroso, requiere, en primer lugar, cooperar con el que hasta ayer ha sido tu adversario, al que has satanizado y colocado ante tu parroquia y la opinión pública general como el eje del mal, con la consiguiente lista de ángeles negros a los que cada parte ha denostado y censurado ( dejo al lector que haga la lista de políticos y gentes de la cultura, de la Iglesia, escritores, y artistas en general, a los que cada bando ha colocado en el índice de prohibidos); en segundo lugar, requiere de ideas y líderes con una gran capacidad de arrastre que reúnan una serie de cualidades muy especiales, que, hoy por hoy, no se ven en ninguno de los dos grandes bloques; y, en tercer lugar, acontecimientos, situaciones especiales que la impulsen, así como la realización de gestos privados y públicos provenientes del exterior de los partidos, de sectores sociales y culturales, de puentes entre agentes implicados de un alto valor simbólico como, por ejemplo, los que podrían realizar los familiares de presos y de víctimas de ETA, que favorezcan la distensión.

Federalismo multinacional

Si me preguntaran qué formula en el campo de la política sería la mas adecuada para propiciar un modelo, no de asimilación más o menos gradualista, sino de integración compleja en la que tuvieran un mejor acomodo y salida el conjunto de sentimientos identitarios diría que, sin hacer un fetiche de ninguna de las formulas existentes (independencia, autonomismo, federalismo…) y dejando claro que lo principal no son las etiquetas sino los valores, los principios que la guían, este modelo sería un federalismo multinacional o plurinacional. Sería, dicho en negativo, el menos malo, o, en positivo, el que mejor se adecuaría a nuestra situación de diversidad profunda y el que mayor grado de satisfacción podría proporcionar a las distintas aspiraciones nacionales. Un federalismo multinacional que además de hacer explícito el reconocimiento constitucional de la multinacionalidad ( de la nación vasca, catalana,) estaría abierto a los proyectos políticos independentistas, dando cabida legal a los procesos autodeterminativos abiertos allí donde la mayoría de la población así lo exigiera.

En mi opinión la defensa de este modelo en sí mismo es ya un gran valor, el de su viabilidad depende, todo depende como la canción. El federalismo multinacional tendría que sortear un sinfín de obstáculos y complicaciones en el camino que requeriría de mucho arte para hacerlo bien, algo del que carecen los actuales líderes políticos, complejidades estas, por otra parte, que en el espacio de unas pocas líneas no es posible abordarlas. Señalaré algunas aunque sea de una forma sumaria.

El primer y principal gran escollo a sortear para que el federalismo multinacional tuviera alguna posibilidad, no ya de ser ensayado sino por lo menos de ser discutido de una forma franca y abierta, sería el de las fuertes resistencias y recelos presentes en los distintos nacionalismos, en unos, por sus temores a la uniformidad y porque la meta de todo nacionalismo es el Estado independiente, y en otros, porque no se fían de las formulas federales ya que las ven como el camino de la desintegración de España. Para ello sería necesario que previamente revisaran sus doctrinas, sus respectivas ideas de nación vasca y de nación española, uninacionales, unívocas y homogéneas.
Otro gran handicap a constatar y a la vez un reto interesante por el que trabajar es que no hay una cultura federal, ni pública ni cívica, tanto en el ámbito político español como en el vasco, exceptuando tal vez Cataluña. Dicho esto, no hay que perder de vista que el federalismo por más que sea una identidad secundaria y eclipsada por los nacionalismos, no es algo ajeno a nuestra tradición histórica, al contrario, conecta muy bien con el fuerismo progresista de mediados del XIX. Fue Sabino Arana quien rompió con esta tradición de pacto y autonomía cuando formuló la idea nacional desde un pensamiento excluyente de lo español y cuando dijo que fuerismo es separatismo. Es Sabino Arana el que cerró el paso a cualquier pacto federal con España reservándolo a la organización interna del Pais Vasco bajo una formula confederativa. Ahora bien, frente a la ortodoxia aranista, siempre ha habido en el seno del PNV un criterio revisionista, pragmático y gradualista el cual propiciaría que a lo largo del siglo XX el coqueteo con el federalismo se siguiera dando, mas por parte de algunos líderes que otros, incrementándose a raíz de los profundos cambios que la emergencia de la unidad europea trajo a los viejos conceptos estatales decimonónicos de soberanía nacional e independencia. Conceptos que a partir de entonces comenzaron a sufrir un acusado desgaste. De todas formas, fue el autonomismo vasco que surgió a comienzos del siglo XX, el heredero natural del federalismo y el fuerismo, a los cuales dará continuidad histórica.

Hoy, en el marco de la ampliación y profundización de la unidad europea, el federalismo vuelve a estar presente en el nacionalismo vasco a través del Plan de Ibarretxe. Dejando a un lado las críticas que a dicho plan se le puedan hacer, hay que destacar que recoge principios contenidos en el federalismo multinacional, al demandar una soberanía compartida, una distribución de competencias y un status de libre asociación en un estado plurinacional. Este es uno de los puntos de mayor interés del Plan de Ibarretxe que sería erróneo desconsiderarlo ya que ofrece la posibilidad de establecer unos puentes, cuando menos, con las corrientes autonomistas-vasquistas y federalistas. Faltaría superar las presiones de las ortodoxias nacionalistas de uno y otro signo. En cualquier caso, el nacionalismo vasco que encabeza Ibarretxe ha dado el paso y ha lanzado ya el guante. De entrada el nacionalismo de Estado que lidera en Euskadi Mayor Oreja no lo ha recogido, rechazándolo de una forma maleducada y malintencionada. Dada la desigualdad abrumadora de poder entre un nacionalismo y otro, creo que a quien le tocaría hacer un mayor esfuerzo de generosidad y flexibilidad es al nacionalismo estatal español. Haría falta ahora que algunos empujáramos más en esa dirección y que entre todos diéramos una oportunidad a las salidas federalistas plurinacionales.