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La Biblioteca de Orientación Lacaniana de Bilbao, dentro del ciclo Política y psicoanálisis”, el 20 de junio de 2014, en el Centro Cívico La Bolsa, con motivo de la presentación del libro “Capitalismo. Crítica de la ideología capitalista del libre mercado. El futuro del Capitalismo” de Kepa Bilbao, organizó una mesa de debate con el título: Capitalismo y malestar en la democracia. Tomaron parte, además del profesor Kepa Bilbao, autor del libro, Joaquín Caretti miembro de la Asociación Mundial de psicoanalisis y Oscar Matute representante de Alternativa y parlamentario vasco. A continuación se recoge la intervención de Joaquín Caretti.

Una lectura desde el psicoanálisis

Joaquín Caretti Ríos

La primera cuestión que quiero plantear y justificar es el porqué de la presencia de un psicoanalista en la presentación de un libro que, en el prólogo, es definido como un libro de historia económica. Sin embargo, aunque, efectivamente, en los primeros capítulos se hace un recorrido muy interesante por la historia del capitalismo centrándose fundamentalmente en Adam Smith y Keynes, recorrido que nos permite ver su evolución, no es exclusivamente un libro de historia de la economía capitalista pues se preocupa de otras cuestiones tales como la situación de España en medio de la tormenta y la crisis del pensamiento económico dominante. Finalmente, cierra el libro con la pregunta por el futuro de este sistema del cual parece no haber salida. Lo digo de entrada, me parece un libro que articula la historia de este sistema económico con preguntas y reflexiones que te hacen pensar. Y, sobre todo, que introduce ciertas cuestiones que como psicoanalistas nos pueden interesar y mucho.

De la lectura que he hecho del mismo me llamaron la atención varias palabras que figuran prácticamente en todos los capítulos, incluso en el prólogo, de forma insistente y sobre las que voy a sostener la presentación. Son las palabras codicia, egoísmo, insaciabilidad y pulsión que el autor sitúa en el corazón mismo del sistema capitalista. Pienso que estos significantes justifican sobradamente la presencia del psicoanálisis hoy aquí dado que, de este modo, Kepa Bilbao sitúa la subjetividad en una clara relación con el capitalismo. Esto no deja de ser muy freudiano pues es Freud quien asevera en su “Psicología de las Masas” que no hay diferencia entre la psicología individual y la social mostrando que no se puede pensar al sujeto por fuera de sus lazos sociales lo cual incluye la economía que prime en el sitio donde vive. Esta articulación entre capitalismo y subjetividad nos muestra que este sistema económico no es un asteroide que cayó sobre la tierra e impuso su reinado sin saber cómo sino que es un sistema que está sostenido sobre la propia subjetividad humana. Es un sistema productivo creado por los hombres que se quiere que sea definitivo.

Insisto: las palabras codicia e insaciabilidad, al quedar anudadas férreamente al capitalismo y ser resaltadas en el libro señalan con claridad esta articulación entre sistema económico y subjetividad. Algunos ejemplos del autor:

“Crece el escepticismo y cada vez resulta más dudoso que tal como está organizada y orientada la economía, dominada por la codicia, la competencia y el crecimiento ciego, sin fin y sentido, puedan encauzarse (…)” (p. 18)

los problemas que afectan al mundo o “un sistema que tiene la codicia como principio rector del desarrollo económico” (p. 18) cuya visión de progreso se reduce exclusivamente a la rentabilidad económica. Aún más: “El principio cultural de insaciabilidad, la voracidad como forma de estar en el mundo que guía a las empresas (…)” (p. 24) y “(…) el principio cultural del consumismo en el que la pulsión por comprar no se detiene nunca.” (p. 24) Finalmente: “¿No sería más cierto afirmar que la persecución de los insaciables deseos por parte de algunos lleva al desastre colectivo? (p. 34)

Hay que resaltar que, como dice Kepa Bilbao, este es un sistema de interrelaciones densas y complejas en el que todos estamos involucrados ya que nadie está por fuera del capitalismo y de sus efectos. Este sistema está sostenido en la figura del homo economicus “un ser egoísta que actúa movido únicamente por su propio interés” (p. 23) figura que para el autor es una antropología reductora del ser humano.

A su vez, se ha instalado una suerte de fatalismo que dice que este sistema es inamovible y que no hay forma de ir más allá de él. Se lo ha naturalizado. Llama la atención que una de las posibles salidas, la implosión del sistema, afirmada por el manifiesto de Democracia Real Ya, coincida con la visión que tiene Lacan cuando afirma en 1972 en Milán que

“Para nada les estoy diciendo que el discurso capitalista sea feo, al contrario es algo locamente astuto, (…) locamente astuto, pero destinado a estallar. En fin, es después de todo lo más astuto que se ha hecho como discurso. Pero no está menos destinado a estallar. Es que es insostenible… (y) no puede marchar mejor, pero justamente marcha demasiado rápido, se consuma, se consuma tan bien que se consume.”

Coincide con lo que afirma Jorge Alemán en su libro “Lacan, la política en cuestión”.

“Ser de izquierda implica sostener el carácter contingente del capitalismo, aunque no se pueda garantizar la salida de él ni tengamos un nombre para esa salida”.

El problema del interés individual es abordado en este libro donde se describe la mutación que ha habido sobre la valoración moral del mismo pasando de una posición crítica con este interés hasta convertirlo, no solo en el verdadero motor del desarrollo personal sino de la sociedad misma, tal como lo señala en la cita de la página 25 cuando habla del libro de Albert Hirschman “Las pasiones y los intereses” o cuando se refiere a Keynes quien piensa que es mejor que un hombre oriente sus inclinaciones peligrosas por la vía de hacer dinero en vez de dirigirlas a tiranizar a sus semejantes. Dice Keynes que “Es preferible que un hombre tiranice su saldo en el banco que a sus conciudadanos” (p. 25) Ciertamente ingenua esta apreciación de Keynes pues el sistema capitalista no se para en miramientos específicos de la propia cuenta bancaria y tiraniza sin cesar a la humanidad en un movimiento automático. Lo señala el autor después de abordar la transformación del egoísmo en un mero interés personal generador del bien común a través de los mercados, dice:

“Pensemos en la desastrosa que ha sido para el resto de la sociedad la búsqueda de su propio interés por parte de los banqueros en la actual crisis o de qué modo las fábricas clandestinas que explotan a sus trabajadores socavan las condiciones laborales de los demás.” (p. 34)

Este funcionamiento del capitalismo fue descripto por Lacan como un discurso que no tiene límite ya que opera al modo de la pulsión en una circularidad que no se detiene. Kepa Bilbao lo dice así:

“(…) el deseo de un nuevo producto impide el goce del producto recién conseguido en un espiral de frustraciones sin fin.” (p. 24)

Podríamos matizar que lo que realmente mueve a este sistema no es el deseo sino un goce pulsional que poco tiene que ver con el objeto concreto y que se encuentra en el movimiento mismo de adquisición y frustración. Es una satisfacción que en realidad produce insatisfacción porque allí donde se creía que un objeto vendría a colmar la falta de goce, el sujeto lo que se encuentra es que el objeto, en vez de colmar, se muestra insuficiente y hay que ir a adquirir otro con el cual se reproducirá el mismo esquema de la insaciabilidad nombrado en el libro: falta de goce-objetos que vienen a colmarla-insatisfacción-falta de goce-volver a empezar-lo insaciable. Esto funciona como un imperativo donde falta y exceso (lo que no se sacia nunca) se hacen presentes a la vez. Un grupo de rock argentino llamado Sumo lo decía de esta manera en una canción: “No sé lo que quiero pero lo quiero ya” donde se escucha la imperiosidad superyoica de tener algo que no se sabe lo que es pero que debe ser ya. El goce de esta operación sin deseo, donde el objeto no es lo importante, queda bien demostrado.

El autor señala que Keynes (p. 117) pensaba que esta codicia en la que se sostiene el capitalismo era buena porque permitiría lograr la abundancia para todos. Esto satisfaría a los sujetos quienes emplearían a partir de ese momento el deseo en otros fines. Dice Keynes:

“Durante al menos otros cien años debemos fingir, por nosotros mismos y por todos, que lo bueno es malo y lo malo es bueno; porque lo malo es útil y lo bueno no. La avaricia, la usura y la precaución deben ser nuestros dioses durante un poco más de tiempo, porque son las únicas que nos pueden sacar del túnel de la necesidad económica y guiarnos a luz.” (p. 117)

Vemos en la actualidad los efectos desvastadores de esta apuesta utilitarista keynesiana. Nada frena al capitalismo y menos una supuesta satisfacción, tal como señala el autor:

“El capitalismo exacerba el amor al dinero por el dinero. El capitalismo se basa en este crecimiento ilimitado de los deseos materiales, (…) la codicia es algo profundamente arraigado en la naturaleza humana pero que ha sido intensificada por el capitalismo que la ha convertido en los cimientos psicológicos de toda una civilización” (p. 118)

Esto es así porque el capitalismo es un movimiento circular que no presenta ningún corte exterior que lo limite y donde el individuo accede a un goce que no se enfrenta a ninguna imposibilidad convirtiéndose un goce mortífero. Conviene no desconocer que es un goce inherente a la estructura subjetiva y que por ello este sistema triunfa, porque se sostiene en el movimiento pulsional que nos habita. Podemos recordar cómo percibió Étienne de La Boétie en el fenómeno de la servidumbre el compromiso subjetivo en la aceptación de un amo: habló de la voluntariedad de servir.

Esta ausencia de imposibilidad del discurso capitalista, ausencia de castración decimos en psicoanálisis, ausencia de algún límite, pone a los sujetos en la vía de someterse a un goce pulsional que termina por consumir al sujeto al eliminar cualquier posibilidad de tener una experiencia del inconsciente. Experiencia que dicho muy brevemente tiene que ver con la posibilidad de poner un límite al goce transformándolo y dejar entrar a lo heterogéneo, a lo no programado por el discurso, a lo que aún no está escrito, a la angustia, al deseo, al síntoma, a la división subjetiva, a la interrogación, a lo más propio de uno.

Esta desaparición de la posibilidad de hacer la experiencia de lo más singular que nos habita tiene que ver también con que en la era del neoliberalismo este es, a su vez, un productor de subjetividad. Aparte de la generación de una falta de goce insaciable articulada a la fabricación incesante de nuevos objetos técnicos, el neoliberalismo impone la producción de dos figuras a la subjetividad, figuras en las que la experiencia de destitución subjetiva –donde el sujeto ya no se queja de su falta en ser sino que inaugura una nueva relación con el saber y el deseo- queda clausurada: estas nuevas subjetividades son la del individuo empresario de sí mismo y la del hombre endeudado. Dos figuras que nacen del superyó contemporáneo y que son, como efectos del neoliberalismo, causa del malestar en la democracia que es lo mismo que decir malestar en el capitalismo ya que la democracia ha quedado atrapada en las redes discursivas del discurso de los que mandan. Han conseguido unir en un tándem poderoso capitalismo y democracia.

El remodelamiento de la subjetividad que desde hace más de treinta años impone el neoliberalismo consiste en la transformación del individuo en un empresario de sí mismo como consecuencia de la ideología de la competencia generalizada a todas las ramas del lazo social y de la imposición de la empresa como modelo a subjetivar: es la nueva razón del mundo, al decir de Laval y Dardot. Esto sirve para justificar las desigualdades crecientes y cualquier tipo de tropelía amparado en las razones del mercado y sostenido en la culpa que genera el hacer responsable de su situación al que la padece.

La deuda se erige como uno de los modos de dominación más perversos utilizado desde los albores de la humanidad pero refinado hoy a escala masiva sobre los países y sus habitantes. Definida por Kepa Bilbao como “la fuente económica más amenazadora de perturbación sistémica” (p. 142) entiendo que tiene otra cara que se había ocultado hasta hace muy poco. Esta es la de convertir a todos y cada uno de los sujetos en deudores, culpables y responsables frente al capital que aparece como el Gran Acreedor Universal en palabras de Maurizio Lazzarato. La sociedad entera queda endeuda aumentando las diferencias de clase. Emerge una figura que es la del “hombre endeudado” donde se debe aceptar la deuda soberana y la transformación de la deuda privada en deuda pública porque esta deuda se ha generado no, como realmente ha ocurrido, por el desfalco de lo público o los malos negocios de lo privado sino por la exigencia de los ciudadanos de querer vivir cada vez mejor. El famoso “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. El chantaje de la deuda sirve para imponer las más regresivas medidas necesarias para continuar transfiriendo dinero a los sectores empresariales bajo la forma de las privatizaciones, exención de impuestos, rebaja de salarios, despidos, pensiones, etcétera. Todo el esfuerzo de la economía de un país está puesto en lo que se denomina “honrar la deuda” tal como lo instituyeron los dos partidos mayoritarios al modificar la Constitución. La trampa es infinita porque la deuda es impagable y año tras año se desangran los bolsillos del pueblo mediante el pago de los intereses. Sabiendo que es impagable, lo que interesa es mantenerla como modo de control y empobrecimiento.

Estas dos producciones de subjetividad que he descripto se pueden producir porque tocan aspectos del sujeto, el narcisismo y la culpa, que quedan atrapados en esta imposición. Vemos cómo es imposible pensar en la economía como una cuestión puramente técnica o de gestión. El neoliberalismo sabe qué teclas hay que tocar para conseguir la sumisión de la población.

Para no extenderme, pienso que estas pocas palabras fundamentan el porqué de la presencia del psicoanálisis en la presentación del interesante libro de Kepa Bilbao y, aún más, porqué es importante la articulación entre la política y el psicoanálisis como un modo de contribuir a pensar la política más allá de los fenómenos de masas o de servidumbre donde la subjetividad pueda tener su cabida. Para ello he rescatado esta dimensión subjetiva que tan bien muestra el libro en el juego del capitalismo. Si esta dimensión no es abordada de una manera nueva entiendo que no será posible salir de la lógica de la explotación y no se abrirán las puertas para un proyecto emancipatorio. Es preciso, junto con la toma de medidas políticas y económicas para frenar el saqueo neoliberal, que el libro aborda en su último capítulo, atacar prioritariamente el mecanismo de producción de subjetividad neoliberal. Para ello, hay que dar paso en la política al sujeto en la singularidad de su síntoma y al deseo que habita en cada uno. Lo que llamamos “Dejar hablar al deseo”. Esta es la manera de combatir lo que el autor señala como el poder auto-destructivo del dinero-capital. (p.142) Es decir, hacerle la contra a la pulsión de muerte.

Finalmente, pienso que podríamos debatir sobre un punto del último capítulo del libro: el más allá del capitalismo, si es que lo hubiere. El autor nos aporta una reflexión de Marc Saint Upery con la que el autor coincide:

“(que) la eventual transición a un sistema postcapitalista es mucho más un problema antropológico de largo aliento que una cuestión de decisiones y de estrategias políticas a corto plazo, aun menos un pretexto para consignas rimbombantes. Supone la emergencia paralela de nuevas configuraciones de incentivos económicos y morales y de nuevos diseños institucionales arraigados en prácticas organizativas y materiales sustentables.”

Dejo dos preguntas:

¿cuál es el problema antropológico de largo aliento?

¿De qué nuevas configuraciones de incentivos económicos y morales habla?

Bilbao, 20 de junio de 2014