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(Galde 12, otoño 2015)

El sentido de la realidad nos dice que el hecho nacional(ista) es un rasgo persistente en la vida social humana, guste o no, y lo va a seguir siendo en el futuro, no puede ser superado, pero, eso sí, puede y debe ser revisado, modificado y acomodado: no sólo el mío, sino el tuyo y el de aquel y el de aquel otro.

En este revisar tienen un gran predicamento en la retórica política las ideas y valores que algunos filósofos políticos y morales de renombre han extraído de la tradición republicana clásica.

Autores como Mauricio Virolli (Por amor a la patria, Acento, 1997) recuperan el lenguaje del patriotismo republicano fagocitado desde hace más de dos siglos por el lenguaje del nacionalismo y relegado a los márgenes del pensamiento político contemporáneo. Virolli rastrea el origen de ambos conceptos hasta llegar al momento en que se confunden para concluir reivindicando un patriotismo sin nacionalismo, entendiendo aquel como un amor a la libertad común y a las instituciones de la república que lo sustentan y no en la homogeneidad cultural y lingüística más propio del nacionalismo.

En mi opinión, no creo posible que en la actualidad se puedan convenir usos estrictos diferenciados para los dos términos patriotismo/nacionalismo, a pesar de que su origen y evolución semántica, así como las tradiciones políticas en que se insertaron, hayan sido en principio diversos.

Me convence mas la opinión de Ernest Gellner cuando sostiene que “el nacionalismo es una clase muy concreta de patriotismo que pasa a generalizarse e imperar tan sólo bajo ciertas condiciones sociales, condiciones que son las que de hecho prevalecen en el mundo moderno, y no en ningún otro. El nacionalismo, dice, es una clase de patriotismo que se distingue por un pequeño número de rasgos verdaderamente importantes… homogeneidad, alfabetización, anonimidad: éstos son los rasgos clave” (Naciones y nacionalismo, Alianza, 1988).

En esta línea de recuperación del republicanismo y el patriotismo en oposición al nacionalismo, se sitúa otra propuesta, la de Habermas, un “patriotismo de la constitución”, cuya base se encuentra en la creencia en la universalidad de los principios de libertad y democracia recogidos en la misma. Tratando de separar el ideal político de la nación de ciudadanos de la concepción del pueblo como una comunidad prepolítica de lenguaje y cultura. Concepción que a la vez es contestada por otro filósofo, W. Kymlicka (Ciudadanía multicultural, Paidós, 1996), el cual señala la no plausibilidad y las contradicciones en las que caen aquellos que tratan de distinguir entre naciones “cívicas” y naciones “étnicas”, como es el citado concepto habermasiano de “patriotismo constitucional”, el cual parece implicar que la ciudadanía debería ser independiente de características etnoculturales o históricas concretas como la lengua, y al mismo tiempo, que una lengua común es indispensable en una democracia.

De acuerdo con algunas de estas visiones, se presenta casi como un imperativo volcar sobre el nacionalismo un juicio profundamente negativo que le imposibilita para expresar cualquier tipo de sentimiento o ideales positivos. Sin embargo, junto a la intolerancia y violencia que ha traído consigo el nacionalismo a lo largo de su historia, hay que reconocer que también ha tenido aspectos positivos. Ha permitido la emancipación política y ha instaurado el principio democrático de igualdad ante la ley en sociedades que habrían permanecido en situaciones de opresión y servidumbre bajo los imperios tradicionales. Gracias a su impulso se han producido fenómenos loables de heroísmo, de lucha contra la opresión, de construcción de una nación; así como manifestaciones culturales en la literatura, arte, etc., que no podemos más que admirar y respetar.

Las identidades nacionales a la vez que son una gran fuente de riqueza vital y dan seguridad y calor humano, también oprimen, convirtiéndose a menudo en estructuras de dominación.

Como señala I. Berlin, la razón por la que el liberalismo y el socialismo han tenido tanta dificultad en ver su importancia reside en trazar una división tajante entre, por un lado los poderes sombríos: la iglesia, el capitalismo, la tradición, la autoridad, la jerarquía, la explotación, el privilegio; por el otro, las “Lumières”, la lucha por la razón, por el conocimiento y la destrucción de barreras entre los hombres, la igualdad, los derechos humanos, por la libertad individual y social, la reducción de la miseria, la opresión, la brutalidad, el énfasis en lo que los hombres tienen en común, no en sus diferencias. El sentimiento nacional, el nacionalismo, dice Berlin, cayó en ambos lados de esta división entre la luz y la oscuridad, el progreso y la reacción.

Una reflexión que muchos de nuestros insignes liberales, socialistas y nacionalistas de hoy día harían bien en considerarla, y en no seguir de forma tan pertinaz como unilateral unos, colocando la conciencia de nacionalidad, el nacionalismo -generalmente al pequeño o al humillado o al sin Estado- exclusivamente en el campo de la oscuridad y la reacción, desde un cosmopolitismo vacío, aferrados a un rígido dogmatismo constitucional o a un gran-nacionalismo satisfecho, y los otros, los nacionalistas, de la misma forma unilateral, colocándolo sólo en la de la luz y el progreso, sin revisar la calidad democrática de su propuesta, sin admitir con todas sus consecuencias lo que significa que en el mismo territorio que se reivindica haya otras lenguas, sentimientos, tradiciones particulares, símbolos y afectos nacionales que, a su vez, reclaman y defienden un mismo reconocimiento.

A la vista de esta tensión de contrarios que anidan en todo nacionalismo y teniendo en cuenta la cambiante y variable naturaleza del mismo desde su origen, la variedad de nacionalismos/patriotismos existentes en todo el mundo y de las distintas realidades ideológicas que se cobijan en su seno, creo que resulta más certero juzgarlos por su mayor o menor calidad democrática tanto de los instrumentos y los caminos que propone para conseguir sus objetivos como de los valores en que se basan sus proyectos y su ideología.