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Kepa Bilbao
(Del libro La modernidad en la encrucijada. La crisis del pensamiento utópico en el siglo XX: el marxismo de Marx, Gakoa, Donostia, 1997)

El debate, sucintamente expuesto, está servido. La disparidad y los límites que presentan tanto el horizonte neoilustrado como el posmoderno, también. Ahora bien: ¿ Es posible pensar en otra propuesta que no sea la reiteración del proyecto ilustrado, con mejoras, como nos propone Habermas o el «todo vale», el nihilismo, de por ejemplo, Vattimo?

Es evidente que la importancia del debate no reside en si el término modernidad tardía o posmodernidad u otra etiqueta es o no la más indicada para caracterizar los cambios que se están produciendo en las llamadas sociedades desarrolladas. Aunque definamos como posmoderna a la sociedal actual, esto no significa, en mi opinión, que haya surgido una sociedad completamente nueva, distinta de la moderna, o dicho con otras palabras, que hayan sido superadas o sustituidas todas sus características centrales constitutivas. Con esto no quiero decir tampoco que éstas sigan intactas o que instituciones centrales del pasado no estén sufriendo cambios drásticos y radicales. El filosofar posmoderno es el reflejo del colapso de confianza, de entusiasmo y de afecto que sufren en nuestra época los motores que impulsaron la modernidad, los metarrelatos científico-técnico y de liberación social. Aunque la autoreflexión de la posmodernidad en contraposición con la modernidad, muchas veces oculta la continuidad de las tradiciones de pensamiento, en muchos aspectos se puede decir que los pensadores posmodernos no son quienes superan la modernidad, sino quienes la completan. El posmodernisno no es tanto una sustitución del paradigma moderno por uno completamente nuevo, sino más bien su radicalización y su culminación. Quizás sea esto lo que quería decir el propio Lyotard con su paradoja tantas veces citada: «Una obra sólo es moderna cuando antes ha sido posmoderna». (1) Puestos a etiquetar la nuestra bien podría denominarse con Welsch, la de una modernidad posmoderna. Para dicho autor, con el término posmodernidad, al menos en los autores que él considera más importantes y respetables, se trata de caracterizar un cambio en la actitud espiritual, que no surgió luego de la supuesta clausura de la época moderna, sino que ya se encontraba en los modernos, aunque sólo ahora aparece de manera manifiesta y predominante. «La posmodernidad -dice Lyotard- no se sitúa ni después de la modernidad ni contra la modernidad, sino que estaba contenida en ella, pero de manera oculta». El topos fundamental de los posmodernos, es, para Welsch, siguiendo a Lyotard, el adiós a los metarrelatos. (2)

Sin embargo, este continuismo no creo que debe llevarnos a subestimar el alcance de la crisis de las ideas fuerza que impulsaron la modernización, ni los profundos cambios socio-culturales que se están operando en nuestras sociedades avanzadas, así como en el «yo» posmoderno que se está gestando que es, a la postre, lo más relevante, con independencia del debate teórico sobre si se trata de una radicalización o una ruptura de lo anterior.

Cuando menos, parece claro que hemos dejado de ser modernos en el sentido que lo era ser en el siglo XIX. Tampoco les faltan razones a quienes argumentan que una época es sustituida por otra no cuando ésta desaparece por completo, sino cuando los elementos centrales que la constituyen pierden su vigencia e iniciativa histórica. En mi opinión, si tomamos el conjunto del planeta como referencia, y no una pequeña parte de él, el conocido como Occidente, nos encontramos con unas sociedades en las que se entremezclan en distintas proporciones y en una compleja interacción tanto los elementos premodernos, modernos como posmodernos.

Aunque el filosofar posmoderno resulte complejo, poco claro, y no ofrezca alternativa ni consuelo, tiene la virtud de alertarnos sobre los cambios socio-culturales que se están dando a finales del siglo XX en muchas de nuestras sociedades y nos ofrece la oportunidad desde una visión multidisciplinar, de revaluar la modernidad, de continuar en su crítica, de no contemporizar con el presente, de echar abajo convenciones y fronteras, de generar nuevos espacios para la imaginación, no para construir un nuevo metarrelato, sino para abrir nuevos horizontes de esperanza a nuestro desencantado y maltrecho mundo (no de falsas esperanzas que de estas ha estado plagado el siglo que termina), y tratar de hacer de él si no el mejor de los mundos, sí un mundo mejor. Sin caer en optimismos ilusos o en pesimismos paralizantes. A contracorriente. Rompiendo con la resignación y el conformismo que nos invade en este final de milenio.

No se me escapa que esto último no deja de ser más que una exhortación moral, un deber ser lleno de buenos deseos y que de lo que más necesitados estamos es, además de la imprescindible voluntad y entusiasmo para realizarlos, de horizontes alternativos no reificados pero claros, de un marco provisional de valores mínimos comunes desde donde poder abordar los distintos y variados problemas existentes en nuestras sociedades cambiantes, altamente diferenciadas, complejas y heterogéneas.

Descartado lo que desde la Ilustración ha sido una tendencia, particularmente acusada en la izquierda, de creer que hay una única alternativa racional y universal a los problemas de la humanidad, pienso en una pluralidad de horizontes alternativos apegados a las distintas realidades y aspiraciones de los individuos, grupos y sectores sociales que integran las diferentes culturas y civilizaciones. Horizontes unos, particulares, surgidos desde el interior de cada realidad cultural y social, válidos para ella y, otros, inter-particulares, inter-nacionales, que aborden los problemas de carácter universal. Soluciones concretas, plurales, diversas, negociadas entre las distintas partes en conflicto, provisionales, no cerradas a nuevas y futuras revisiones. Con la conciencia de que no es posible alcanzar soluciones definitivas que garantizen un orden social armónico y perfecto.

Pero si bien los compromisos, la negociación, el establecimiento de prioridades, el entendimiento entre las partes en conflicto, la prudencia, son principios rectores que deben guiar la acción, ello no debe significar que la aceleración (el cambio revolucionario) no sea necesaria en coyunturas determinadas. A veces se requiere audacia para transformar algunas situaciones e inercias, por más que la historia nos haya enseñado reiteradamente las consecuencias opresivas que acarrean algunas aceleraciones, de la misma forma que nos ha hecho ver las consecuencias negativas de una insuficiente aceleración, esto es, de una acción que se queda corta a la hora de resolver los problemas planteados.

Así mismo, es preciso tratar de que los medios utilizados guarden una proporción adecuada con los fines perseguidos, aun cuando también la experiencia de esta compleja relación entre medios y fines, nos dice que más de una vez nos vemos obligados a escoger no entre un bien y un mal, o entre dos bienes, sino entre dos males, esto es , a utilizar malos medios para salvarnos de lo peor.
«Ninguna ética del mundo -dice Weber- puede eludir el hecho de que para conseguir fines buenos hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan santificados por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosos». Weber rechaza la tesis simplista de «que de lo bueno sólo puede resultar el bien y de lo malo sólo el mal», por el contrario, señala, «frecuentemente sucede lo contrario». (3)

¿Debe un individuo oponerse a una tiranía monstruosa, cueste lo que cueste, a expensas de las vidas de sus padres o de sus hijos? Sin duda alguna, todos podríamos poner multitud de ejemplos tanto de la vida social como personal en la cual algunos valores chocan inevitablemente, en el que la consecución de bienes puede ser que dependan de males, o los presupongan, y las buenas acciones contengan, o impliquen malas. Estamos condenados a elegir, y cada elección puede entrañar una pérdida irreparable. Pocas decisiones son del todo buenas o malas. Muchas de ellas acarrean consecuencias contradictorias. Nos movemos en un contexto de radical ambivalencia e incertidumbre.

Como dice Berlin, puesto que los fines humanos son multiples, inconmensurables muchos de ellos y en continua rivalidad: «La posibilidad de conflicto y tragedia no puede ser nunca eliminada por completo de la vida humana, personal o social». (4)

Como acertadamente señala Marramao: «No sólo la filosofía sino también la política han sido propensas en Occidente -salvo significativas excepciones- a considerar accidentes patológicos los conflictos de valores (…) Tanto para Berlin como para B. Williams ( pese a la diferencia de lenguaje y de planteamiento teórico), la tradición filosófica occidental encuentra su limitación allí donde considera los conflictos de valor como una patología, un obstáculo a superar, un inconveniente a resolver cuanto antes (…) Una tradición estructurada de semejante forma sólo puede tolerar el conflicto de intereses, pero (no) el conflicto de valores… Sin embargo, la realidad del contexto social está formada por una pluralidad de valores que pueden entrar en conflicto y que no son necesariamente reductibles entre sí…En pocas palabras, hay una expectacular tipología de casos que podríamos llamar trágicos, en los que encontramos una exclusividad inconmensurable (B. Williams) entre jerarquías de distintos valores». (5)

La polarización y el maniqueismo son tentaciones a las que sucumben fácilmente no sólo filósofos, políticos y periodistas, sino todos los seres humanos, sobre todo en el terreno de la ética y la filosofía política.

Para Berlin el hecho de que algunos Grandes Bienes no puedan vivir juntos es una verdad conceptual. Los valores pueden chocar. Puede haber incompatibilidad entre culturas o grupos o entre grupos de la misma cultura. Los valores pueden chocar dentro de un mismo individuo, pero eso no significa que unos hayan de ser verdaderos y otros falsos.

La libertad y la igualdad pueden no ser compatibles: «la libertad total para los lobos es la muerte para los corderos, la libertad total para los poderosos, los dotados, no es compatible con el derecho a una existencia decente de los débiles y menos dotados»  (6). La igualdad puede exigir que se limite la libertad de los que quieren dominar; la libertad puede tener que reducirse para conseguir un mayor bienestar social. La espontaneidad puede no ser compatible con la capacidad para la previsión organizada. Estas colisiones de valores, dice Berlin, son de la esencia de lo que son y de lo que somos. (7)

Con todo, aunque las colisiones no puedan evitarse, y partiendo de esta base, para Berlin es una tarea primordial el tratar de suavizarlas, reducirlas, llegando a compromisos en el que las pretensiones se equilibren. Pero esto, que a un espíritu del XIX le parecería un programa poco prometeico y épico, parece incluso poco probable y nada sencillo dada la enormidad de las fuerzas contrarias de muy diverso tipo, tamaño, color y cualidad, tanto inherentes al propio ser humano de esas que en terminología clásica se suelen denominar de orden subjetivo, como las de orden objetivo.

Los afanes adivinatorios, la futurología a la que han sido tan adictas las izquierdas en el pasado reciente se ha venido abajo: «La realidad mundial -dice Morin- es inaprensible; comporta enormes incertidumbres debidas a su complejidad, a sus fluctuaciones, a sus dinamismos entremezclados y antagonistas, a sus inesperadas bifurcaciones, a las posibilidades que parecen imposibles y a sus imposibilidades que parecen posibles. Lo inaprensible de la realidad global retroactúa sobre las partes singulares, puesto que el devenir de las partes depende del devenir del todo (…) Sólo se puede apostar por un porvenir deseable, posible pero incierto, elaborando la estrategia adaptada a la incertidumbre planetaria». (8)

Ahora bien, si es verdad que no existen horizontes alternativos mínimos claros, lo que sí existen son problemas claros en el horizonte. Así, recientemente, los años 95-96, mediante un estudio Delphi específico, encuestados un grupo de expertos economistas, sociólogos y politólogos y preguntados por los principales problemas en el mundo en un horizonte temporal de diez años estos contestaron en orden de importancia: El incremento de las desigualdades y las diferencias entre los países ricos y pobres (54%); los problemas del medio ambiente y el crecimiento sostenido (41,3%); el aumento de la pobreza y la marginación social (34,9%); la superpoblación (31,7%); el aumento del desempleo (17,5%); el aumento de la xenofobia, el racismo y la intolerancia (17,5%); la falta de control de los mercados financieros ( 17,5%); los fundamentalismos e integrismos ( 15,9%); el agravamiento del hambre (15,9%); las contradicciones económicas entre el capitalismo y los equilibrios medioambientales (14,3%); los nacionalismos y los conflictos que genera (14,3%); los problemas derivados de la globalización económica (12,7%) (9) ; la mayor dualización social en los países desarrollados (12,7%).

Si los problemas mencionados por los tres grupos de expertos, los ampliamos con los que se podrían señalar desde otras disciplinas no presentes en la encuesta como el sicoanálisis, la demografía, la sicosociología, la neurofisiología, la geografía, la biología, la antropología, la física, socio-lingüística, la filosofía, el derecho etc, etc, el cuadro de los principales problemas en el mundo se vería ampliado y complejizado. Veríamos que además de los males objetivos que proceden del (des)orden económico imperante, de la degradación del medio ambiente u otros que se han hecho evidentes, y que empiezan a ser enunciados y denunciados, estarían, los males que amenazan nuestra civilización desde el interior como, la soledad, la enfermedad, el envejecimiento, la falta de calidad en las relaciones humanas, y un sinfín de problemas más que van alimentando un mal subjetivo cada vez más extendido en y creado por nuestra civilización científico-técnica. Como diría Morin, estos males se infiltran en las almas y se acurrucan en nuestras cavernas interiores adoptando formas subjetivas que no siempre se perciben, fijándose de un modo psicosomático en los insomnios, produciendo malestar, dificultades respiratorias, úlceras de estómago y confiando su resolución al médico, al picoterapeuta, o al gurú. (10)

Necesitamos un pensamiento abierto a la complejidad de nuestra realidad humana, social, histórica. Un pensamiento que en palabras de Morin: «reúna lo que está desglosado y compartimentado, que respete el todo diverso reconociendo el uno, que intente discernir las interdependencias; un pensamiento radical ( que va a la raíz de los problemas); un pensamiento multidimensional; un pensamiento organizador o sistémico que conciba la relación del todo con las partes y de estas con el todo; un pensamiento ecologizado que, en vez de aislar el objeto estudiado, lo considere en y por su relación auto-ecoorganizadora con su entorno cultural, social, económico, político, natural; un pensamiento que sea capaz de una estrategia que permita modificar, anular incluso, la acción emprendida; un pensamiento que reconozca que está inconcluso y negocie con la incertidumbre, especialmente en la acción, pues sólo hay acción en lo incierto; un pensamiento que haga frente a problemas que comportan incertidumbres e imprevisibilidades, interdependencias e inter-retro-acciones de extensión planetaria, con discontinuidades, no-linealidades, desequilibrios, comportamientos caóticos, bifurcaciones» (11).

En los albores del siglo XXI y del tercer milenio, vivimos tiempos de crisis, de cambio, de incertidumbre en las cuestiones fundamentales que afectan al ser humano. Y esto, paradójicamente, en un momento en el que el volumen de los conocimientos parece no tener límites. Los caminos, en otros tiempos, seguros, se han eclipsado, la autoridad de los grandes maestros, de los metarrelatos, ha sido socavada, el sentido de las realidades se ha diluido y el mismo concepto de ciencia y de verdad es cuestionado. La duda, la perplejidad, la inseguridad y una incertidumbre general se han instaurado en toda mente reflexiva. Se ha producido un cambio de época, una cesura histórica, que obliga a revisar muchas de las cosas que en un tiempo parecían claras.

                                                                                            Bilbao, octubre de 1996.

(1) LYOTARD, J-F. Op. Cit. (1995) p. 23.

(2) WELSCH, Wolfgang «Topoi de la posmodernidad», en El final de los grandes proyectos H.R. Fischer, A. Retzer, J. Schweizer ( comp.) Gedisa, Barcelona,1997, p. 36-57.

(3) WEBER, M. El político y el científico, Alianza, Madrid, 1988, p. 165-168. Como se apunta en el interesante ensayo de Yolanda Ruano sobre Weber: «Ante la crisis de fundamentos, ante la deconstrucción de la razón en plurales discursos legitimadores, ante el politeísmo valorativo y los relativismos de todo tipo, la de Weber es una visión trágica, alimentada desde la conciencia de la aceptación del conflicto entre valores y de la lucha entre cosmovisiones y desde la convicción de que sólo quien se aferra desesperadamente a un ideal puede salir de la perplejidad». Op. cit. contratapa y pp. 211-216.

(4) BERLIN, I. Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza, Madrid, 1993, p. 240.

(5) MARRAMAO, G. «Universalismo y políticas de la diferencia. La democracia como comunidad paradójica», en Universalidad y diferencia, Op. Cit. p. 90-92.

(6) BERLIN, I. op. cit. (1992). p. 31.

(7) Ibídem

(8) MORIN, Edgar. Tierra-Patria, Kairós, Barcelona, 1993, p. 165 y 176.

(9) A José Félix Tezanos, que comenta estos datos en la revista TEMAS (21-22, 1996) y los compara con las imágenes y percepciones sobre el futuro existentes en la población del estado español a partir de los datos de una amplia investigación prospectiva realizada por un grupo de profesores de sociología de diversas universidades, le llama la atención: 1) Que entre los especialistas no existe un único discurso o diagnóstico sobre los problemas del futuro, y que este viene influenciado por su propia disciplina; 2) que estos no siempre coinciden con los de la opinión pública y, 3) que en el contexto de ciertas percepciones problemáticas comunes, cada grupo de expertos define un marco de inquietudes específico: los sociólogos están preocupados por los problemas de población, de los valores y el «fanatismo»; los politólogos por los nacionalismos y la «calidad» de la democracia, y los economistas por las disfunciones e ineficiencias del sistema productivo y financiero. Por último, constata la existencia en la opinión pública de valoraciones de carácter más pesimista y negativo en las que apenas es posible identificar elementos propositivos y de definición de un marco alternativo

(10) MORIN, Edgar. Op. Cit. p. 101.

(11) Ibídem, pp. 200-201.