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Kepa Bilbao
(Del libro La modernidad en la encrucijada. La crisis del pensamiento utópico en el siglo XX: el marxismo de Marx, Gakoa, Donostia, 1997)

1.-La imagen tradicional de la ciencia.

La posibilidad de lograr la verdad universal (monismo epistemológico) ha estado presente a lo largo de los siglos en el pensamiento occidental. Ya desde la Grecia clásica se comenzó a distinguir la ciencia ( un tipo de conocimiento totalmente cierto), de la opinión ( un tipo de conocimiento privado de certeza). Desde Aristóteles, la episteme, el conocimiento científico, es conocimiento de lo universal, de lo que existe invariablemente y toma la forma de demostración científica.

De esta forma, el problema del conocimiento se reducía a buscar la vía, el método, para llegar a la ciencia superando el campo de las meras opiniones. Durante siglos, persistirá la vieja hipótesis platónica de que el saber está ahí, en alguna parte, ya dado todo y completo, como está todo contenido en el Libro y, más aún, en la sabiduría divina. De modo que el problema del sabio se reduce a averiguar dónde o cómo localizarlo, en el texto sagrado, en viejos libros, en el pensamiento lógico o en la observación. El conocimiento, así, precede al sujeto.

Las únicas disciplinas que alcanzaron el nombre de científicas fueron la matemática y la lógica formal. La matemática encontró pronto grandes aplicaciones en la astronomía, por lo que también se consideró a ésta como auténtica ciencia. Tanto la física ( estudio de los fenómenos inorgánicos), como la biología ( estudio del mundo orgánico) tardarían siglos en obtener el status de verdaderas ciencias. El nacimiento de la física como ciencia es atribuida a Galileo; el de la biología a W. Harvey, el descubridor de la circulación de la sangre.

Es opinión mayoritaria que este carácter científico deviene del uso sistemático del llamado método experimental, fundado en la aplicación de la matemática y en la observación escrupulosa de la experiencia. Así, la filosofía de la ciencia se redujo durante los siglos XVII, XVIII y XIX al análisis de los fundamentos y los métodos de la matemática, así como al análisis del método experimental.

En menos de veinte años, se publicará no sólo el Novum Organum (1620) de Francis Bacon, base de la metodología empirista y sintética, inductiva, sino también el Discurso del método (1637) de Descartes, base de la metodología analítica, racionalista, deductiva y matemática, los dos tratados básicos del método científico, las dos metodologías que encontrarán su magna síntesis en los Principia de Newton y su teorización en la Crítica de la razón pura de Kant.

El paradigma científico clásico de la ciencia occidental pudiéramos llamarlo newtoniano-cartesiano, porque son Newton y Descartes los que le dan las bases, física y filosófica, respectivamente. Newton, que nació el mismo año de la muerte de Galileo, 1642, desarrolló toda una formula matemática del concepto mecanicista de la naturaleza y con ella sintetizó las obras de Copérnico y Kepler, y también las de Bacon, Galileo y Descartes. La clave de su genial síntesis consistió en comprender que una manzana era atraída hacia la tierra por la misma fuerza que atraía los planetas hacia el sol. La ley de Newton afirma que que dos puntos materiales ( dos cuerpos puntiformes) se atraen siempre con una fuerza directamente proporcional a sus masas, e inversamente proporcional al cuadrado de las distancias. La imagen del universo newtoniano es la de un gigantesco mecanismo de relojería, completamente determinista: todo el mundo material se explica a través de cadenas mecánicas interdependientes de causas y efectos. Locke y los demás empiristas ingleses ( Hobbes, Berkeley, Hume) aplicarán luego este modelo físico, mecanicista, al mundo viviente, animal y humano.

La otra contribución al paradigma clásico de la ciencia, fue la de René Descartes, el cual estableció un dualismo absoluto entre la mente res cogitans y la materia res extensa, que condujo a la creencia según la cual el mundo material puede ser descrito objetivamente, sin referencia alguna al sujeto observador.

«Si tuviéramos que sintetizar en pocos conceptos el modelo o paradigma newtoniano-cartesiano, señalaríamos que valora, privilegia, defiende y propugna la objetividad del conocimiento, el determinismo de los fenómenos, la experiencia sensible, la cuantificación aleatoria de las medidas, la lógica formal y la verificación empírica». (1)

La Reforma había acabado con la unidad espiritual de la Europa cristiana-medieval. Copérnico, Kepler, Galileo, y Newton destruyeron la imágen anterior de un universo ordenado que giraba de forma armoniosa e inalterable alrededor de la Tierra. A partir de entonces, la tarea será la de recomponer la unidad no a través de la fe sino de la ciencia.

En el siglo XIX, en la medida que se iban desarrollando otras ciencias, el problema central de la filosofía de la ciencia se desplazó a la búsqueda de las condiciones que hacen posible la adquisición de auténticas verdades científicas, a la búsqueda de relaciones entre las distintas ciencias, a la puesta en pié de sistemas globales que intentan la unidad de la ciencia. Durante todo el siglo, el problema de la clasificación de las ciencias conllevó fuertes debates. A. Comte creyó haberlo resuelto con su famosa clasificación de las ciencias ( distingue seis ciencias fundamentales: matemáticas, astronomía, física, química, fisiología, o biología, y, física social, o sociología ). Marx heredará de Hegel el convencimiento de que la totalidad del mundo forma un conjunto ordenado que el intelecto puede comprender y dominar, pero no construye un sistema completo de las ciencias, universal, transdisciplinar, en cambio, sí produce una teoría general de la historia, acorde con el espíritu científico de su época. La búsqueda de principios explicativos únicos o centrales, globalizadores, en cada realidad o proceso, o en cada campo de la actividad científica era cosa frecuente en el siglo XIX. Hay una gran tendencia al monismo explicativo, a explicar todas las cosas por una sola causa, por un sólo fenómeno, por una sola ley. Para Marx, como ya he comentado en el capítulo 3 y 6, este principio explicativo central se encontrará en el campo tecnológico-económico.

Hay una enorme confianza en la fiabilidad de la labor científica y un gran optimismo en los efectos benéficos que ésta puede producir. Una frontera poco definida entre las ciencias naturales y sociales. Si toda la naturaleza, incluida el hombre y su mente, está gobernada por leyes naturales, no tiene sentido hacer una distinción entre lo físico, lo social o lo moral. Existía por primera vez la posibilidad de organizar una masa caótica de datos procedentes de la observación en un sistema único, coherente y perfectamente ordenado. Lo que es válido para los objetos materiales, para los animales, las plantas y los minerales, en zoología, botánica, química, física, astronomía, todas las nuevas ciencias próximas a la unificación, ¿por qué no habrían de aplicarse también con igual éxito los mismos métodos a las cosas humanas, a la moral, a la política, a la organización de la sociedad? ¿ Por qué no se podía crear una ciencia del hombre y aportar también ahí soluciones tan claras y seguras como las obtenidas por las ciencias del mundo externo? Los métodos racionales ( hipótesis, observación, generalización, verificación, etc.) pueden resolver problemas sociales e individuales. En consecuencia, los problemas sobre cómo debían vivir los hombres, qué era la justicia o la igualdad o la felicidad, constituían cuestiones fácticas que podrían resolverse por observación, a través de las ciencias nuevas que después se desarrollarán brillantemente ( la psicología, la antropología, la fisiología). A pesar de las marcadas diferencias entre los pensadores ilustrados había creencias básicas que compartían y que podrían resumirse con la sentencia: sólo el conocimiento científico puede salvarnos. Esta es la doctrina básica de la Ilustración francesa, que se prolonga en el S.XIX y en la que el marxismo no es más que su rama más radical, la cual originó, todo hay que decirlo, un gran movimiento liberador que en su época eliminó mucha crueldad, superstición, estupidez, injusticia y oscurantismo. Su lucha por la libertad y la justicia, crearon una tradición a la cual muchos seres humanos deben actualmente sus vidas y libertades.

En todos los debates que se dieron a lo largo del siglo XIX se continuó aceptando la imagen tradicional de la ciencia como conocimiento de verdades absolutas, no opinables. La crisis de la física que irrumpe al final del siglo XIX, pondrá en cuestión el concepto de materia, el de espacio y tiempo, el de ley, el de causa y el de verdad del conocimiento científico. A finales del XIX, comienzos del XX, esta idea de la ciencia entraría en crisis, abriéndose el camino a nuevos problemas epistemológicos.
Las pretensiones actuales sobre la naturaleza de la ciencia son bastante mas modestas. <>. (2) En parecidos términos lo expuso Einstein: <>.

2.- La lógica inductiva y deductiva. Sus límites.

«Cuando a alguna afirmación, razonamiento o investigación se le denomina «científico», se pretende dar a entender que tiene algún tipo de mérito, o una clase especial de fiabilidad. Pero, ¿qué hay de especial en la ciencia, si es que hay algo? ¿Cual es este «método científico» que, según se afirma, conduce a resultados especialmente meritorios o fiables? (3)

La consideración por la ciencia lleva aparejada en ocasiones la idea de que una proposición que tenga carácter científico está más allá de toda discusión, es una verdad indiscutible e irrefutable. No es pues extraño que exista la tentación generalizada de incluir las mas variadas afirmaciones bajo el manto protector de tal idea de ciencia. Durante siglos se supuso que la lógica inductiva estaba en condiciones de indicarnos reglas precisas para obtener de la experiencia los principios científicos a los cuales ésta debe obedecer (Francis Bacon y John Stuart Mill, serían dos de los muchos autores modernos que se podrían citar).

                                                                Leyes y teorías
Hechos adquiridos a través de la observación       Predicciones y explicaciones

«El razonamiento inductivo es aquel que, mediante el examen de un cierto número de casos o afirmaciones particulares, conduce a una afirmación general que expresa un concepto». (4)

El principio de inducción podría definirse del siguiente modo: Si en una gran variedad de condiciones se observa una gran cantidad de A, y todos los A observados, sin excepción, posee la propiedad B, entonces todos los A poseen la propiedad B. Dicho de otra manera, la observación de un gran número de casos particulares en los que A tiene siempre la propiedad B permite establecer la ley general según la cual cualquier A posible tendrá siempre la propiedad B.

La justificación del principio de inducción no puede ser una argumentación lógicamente válida (5). Las argumentaciones lógicas válidas se caracterizan por el hecho de que, si la premisa de la argumentación es verdadera, entonces la conclusión debe ser verdadera. Pero el hecho de que las premisas sean verdaderas o no, no es una cuestión que se pueda resolver apelando a la lógica. Las inducciones no se pueden justificar, razonar de manera suficiente, sobre bases estrictamente lógicas. No hay una lógica inductiva. Bertrand Russell ironiza: «El hombre que daba de comer todos los días al pollo, a la postre le tuerce el cuello, demostrando con ello que hubiesen sido útiles al pollo opiniones más afinadas sobre la uniformidad de la naturaleza. (6)

La experiencia tampoco puede justificar la validez del principio inductivista. Ni siquiera de manera probabilística. Puede parecer intuitívamente razonable que, a medida que aumenta el apoyo observacional que recibe una ley considerada universal, aumente también la probalidad de que sea verdadera. Pero cualquier evidencia observacional constará de un número infinito de posibles situaciones. La probabilidad de que sea cierta la generalización universal es, por tanto, un número finito dividido por un número infinito, o sea cero.

Otro problema relacionado con la inducción, es la suposición del inductivismo ingenuo de que el conjunto del conocimiento científico se construye mediante la inducción a partir de la base segura que proporcionan los hechos observados. Cuantos más hechos y más observaciones, más leyes y mejores teorías pueden ser establecidas. Una vez establecidas esas leyes y teorías universales puede utilizarse el razonamiento deductivo para explicar y predecir comportamientos singulares.

Ni los hechos, por mucho y muy cuidadosamente que se los observe, hablan por sí solos, ni su recopilación indiscriminada, determinada por la pura curiosidad, conduce a otra cosa que a la confusión: los hechos sin teoría son inexcrutables ( no producen información, sólo ruido), y fungibles ( no son unos más relevantes que otros, y su selección y reunión es obra del azar). Se requiere partir de alguna teoría, por provisional que esta sea, para determinar qué observaciones han de ser tenidas en cuenta. Este es el fallo básico del método baconiano. Ahora bien, si los hechos sin teoría carecen de significado, lo mismo le ocurre a la teoría sin hechos ( Descartes). La inducción es necesaria, pero no suficiente, para el conocimiento de la realidad; y, en cierta medida, toda deducción está basada en alguna inducción previa obtenida del mundo real y fundamentadora de las suposiciones de que parte la deducción. En realidad, ni el induccionismo ni el deduccionismo han sido nunca utilizados de modo exclusivo. La ciencia se ha elaborado siempre en un proceso de interacción entre empirismo y racionalismo. (7)

3.-La inercia mental, el aprendizaje, hechos y teorias.

Cézanne decía: ¡qué difícil es acercarse a la naturaleza con ingenuidad!. Toda persona nace dentro de una corriente de pensamiento, en una tradición, en un idioma. A diferencia del animal, el ser humano ya no pertenece de una manera inmediata a la realidad, sino que vive inmerso en un mundo simbólico. No vivimos la realidad a palo seco, sino la realidad según ha sido construida, conformada, seleccionada y categorizada por una lengua, es decir, por una cultura.

Desde el comienzo de la revolución científica se ha comprendido que en la experiencia no sólo se observa, sino que también se interroga.(8) Esto quiere decir que en estos procedimientos el sujeto es activo y no sólo pasivo. Ahora bien, para interrogar es necesario poseer, en forma hipotética, una teoría del fenómeno indagado. Esto ya fue comprendido desde que se dieron los primeros pasos de la ciencia moderna.(9) Hoy esto es subrayado por todos los epistemólogos, desde Bachelard a Popper.
La observación depende de las experiencias y de los conocimientos previos. No hay hechos u observaciones sin teoría. No hay forma ninguna de poner la cabeza en blanco. El mundo es visto a partir de nuestras experiencias anteriores, de nuestros conocimientos, de nuestro lenguaje, de nuestra cultura, de nuestros deseos, intereses, de nuestras expectativas, de nuestros prejucios, miedos, fantasmas e ideales que hayamos asimilado.

Tendemos a ver lo que esperamos ver, lo que estamos acostumbrados a ver o lo que nos han sugerido que veremos. De esta forma, no sabemos hasta dónde lo que percibimos es producto de nosotros mismos y de nuestras expectativas culturales y sugestiones aceptadas.

A los que no aceptaban esta realidad, Nietzsche les decía irónicamente que era porque creían en el dogma de la inmaculada percepción. Afirmaba que no existían hechos, sólo interpretaciones. En efecto, no hay percepción humana inmaculada, no existen hechos objetivos inviolables o no interpretados, toda observación, por muy científica que sea está cargada de teoría.

Pensar con nuevas categorías es algo verdaderamente desafiante para la mente humana. Por eso, los estados mentales oponen gran resistencia al cambio, buscan su autopreservación, son muy duraderos a través del tiempo y cambian muy lentamente.
Cuanto más aprendemos como hacer algo de una determinada manera, más difícil nos resulta después aprender a hacerlo de otra; por ello, la función de la experiencia puede ser tanto un estímulo como también un freno para la verdadera innovación y creatividad. Con todo – señala Lamo de Espinosa – el aprendizaje está sometido a controles y limitaciones. La principal de ellas es que sólo los jóvenes y, en general, aquellos que aún no han sido socializados o lo han sido de modo deficiente, pueden aprender lo nuevo. La socialización actúa como un troquelado sobre el organismo; una vez efectuada difícilmente puede eliminarse para dar lugar a otra socialización o troquelado. Sólo un cachorro acepta la doma, que es inútil en un animal adulto; de forma similar, solamente durante la infancia puede aprenderse música y es difícil aprender a hablar un idioma en edad adulta; quien aprende a patinar o andar en bicicleta de joven difícilmente lo olvidará, pero resultará muy difícil aprenderlo cuando se es adulto. Hay pues períodos de aprendizaje que se cierran biológicamente a cierta edad. Sólo desde la primera infancia puede aprenderse a tocar el piano; pero, además, quien ha aprendido a tocar el piano no puede aprender a tocar bien el violín, pues su organismo ha sido troquelado ya para el primer instrumento. La cultura se aprende del mismo modo: interiorizando, haciendo carne, huesos, músculos, neuronas, somatizando en definitiva el conjunto de respuestas aprendidas, de forma que la conducta se desata casi automáticamente a partir de un estímulo. Ello no quiere decir que sea imposible aprender superada la fase juvenil del desarrollo, pero sí que es mucho más difícil y en ocasiones totalmente imposible. (10)

Las rutinas mentales automatizan la vida y anulan el pensamiento. Persisten en la ciencia tradicional muchos procedimientos y actitudes que sólo podemos situarlos en el terreno de los hábitos mentales. Así se deben calificar, en las ciencias humanas, las explicaciones causales lineales cuando se les otorga un valor absoluto ( ya que carecen de evidencia), las leyes de probabilidad ( que son leyes a medias), la plena objetividad ( que no existe), la inferencia inductiva ( que es injustificable), la verificación empírica ( que es imposible) y otros aspectos centrales de la ciencia clásica cuando se cree ciegamente en ellos.

Los hechos del mundo físico son los mismos, pero no así nuestra percepción de ellos.(11) Las teorías precisas claramente formuladas constituyen un requisito previo de unos enunciados observacionales precisos. En ese sentido, las teorías, de mas alto o bajo nivel, preceden a la observación.

De esta última afirmación se deducen dos consecuencias: a) los conceptos y las ideas de las cosas no se deducen directamente de la experiencia; b) los enunciados observacionales dependen de alguna manera de la teoría, y son por tanto falibles.
Las teorías se conciben de muy diversos modos. Pueden requerir inspiraciones singulares, exigen, en general, bastante transpiración, esfuerzo, y conocimientos previos sobre el asunto en cuestión; su origen puede ser accidental, o el producto de largas observaciones realizadas incluso en el marco de otra teoría.
Como señaló Einstein: «De la teoría de la gravitación he aprendido también otra cosa: una colección de hechos empíricos, por muy abundante que sea, no puede conducir al establecimiento de ecuaciones tan complicadas. Una teoría puede constrastarse con la experiencia, pero no hay ningún camino de la experiencia a la construcción de una teoría». (12)

Para Popper: «La etapa inicial, el acto de concebir o inventar una teoría, no me parece que exija un análisis lógico ni sea susceptible de él. La cuestión acerca de cómo se le ocurre una idea nueva a una persona- ya sea un tema musical, un conflicto dramático o una teoría científica- puede ser de gran interés para la psicología empírica, pero carece de importancia para el análisis lógico del conocimiento científico». (13)

En resumen, los caminos que conducen al descubrimiento de una teoría son diversos y variados.

Pasemos ahora a comentar, aunque sea sólo sumariamente, el problema de en qué sentido se pueden justificar las teorías, considerarlas como verdaderas o probablemente verdaderas.

4.- Justificación y validez de las teorías:

Popper y el criterio de refutación o de falsabilidad.

Contrastar una idea, una hipótesis, un sistema teórico o lo que se quiera, requiere:
a) examinar su coherencia lógica.
b) aclarar si se trata de una teoría que pretende decir cosas sobre el mundo o si es una tautología, caso de la geometría o las matemáticas teóricas. Las verdades de la geometría teórica del tipo: todos los puntos de una circunferencia equidistan del centro, son verdades por definición, y no son refutables.
c) contrastar las predicciones de la teoría, enunciados singulares obtenidos por deducción con observaciones, enunciados observacionales, o experimentos prácticos.

Si el resultado es positivo, afirmamos que la teoría en cuestión a pasado con éxito la contrastación ( por esta vez): no hemos encontrado razones para desecharla. Pero si la contrastación da un resultado negativo, o sea, si las conclusiones han sido refutadas o falsadas, ello indica que la teoría de la que se han deducido lógicamente es también falsa o, al menos, puede serlo.

Karl Popper, máximo representante del racionalismo crítico, llama problema de la demarcación al de encontrar un criterio que nos permita distinguir entre las ciencias empíricas, por un lado, y los sistemas metafísicos por otro.(14) La diferencia no está, en opinión de Popper, en la naturaleza de las cosas de que se trata, sino en un criterio formal adoptado convencionalmente: ser contrastable por la experiencia, poder ser confirmado o refutado por ella. En consecuencia, una teoría no refutable o falsable no es, por definición, una teoría científica. Dicho de otra manera, las ciencias auténticas son únicamente aquellas que no pretenden en modo alguno lograr verdades irrefutables, sino que saben que sus resultados pueden ser siempre falsificados. Si, por el contrario, éstos son formulados de manera que no puedan ser falsificados, ello demuestra que no se trata de teorías científicas; por ejemplo, según Popper, el psicoanálisis y el marxismo no serían científicos en ese sentido, porque nunca fueron capaces de señalar un hecho, supuesto o posible, que, de darse, los refutara.
La objetividad de las observaciones, radica no en la buena voluntad del observador, en su falta de prejuicios, o en la convicción de que un hecho es un hecho, sino en la posibilidad de que pueden contrastarse intersubjetivamente. La objetividad es así sustituida convencionalmente por la intersubjetividad. Los prejuicios de cada uno son contrarestados por los de los demás (Toda regularidad anunciada, o todo experimento, debe poder ser observable o reproducible por los colegas de esa disciplina. Los acontecimientos no regulares, los acontecimientos que en principio sean irrepetibles y únicos no pueden decidirse por la ciencia).

El criterio de cientificidad de una teoría, no puramente lógica o matemática, no reside para Popper en la verificabilidad empírica de dichas teorías, como sostenían los positivistas, sino en su falsabilidad. Criterio éste -dice Popper- de mucha más fácil aplicación. En efecto, una ley afirma algo para una infinidad de casos, y esta infinidad de casos nunca es enteramente verificable, mientras que basta un caso contrario para falsificar la ley en cuestión.

Ninguna prueba o regla puede garantizar la verdad de una generalización inferida a partir de observaciones verdaderas, por repetidas que éstas sean. Todas las leyes y teorías son conjeturas o hipótesis de ensayo que se aceptan provisional y temporalmente mientras resistan las más severas pruebas de contrastación que seamos capaces de planear, pero que se rechazan si no las resisten. Siempre serán, únicamente la penúltima verdad.

Según algunos popperianos como Imre Lakatos, no se tiene el derecho a decir que una teoría resulte efectivamente falsificada hasta que no se haya construido una mejor capaz de sustituirla. Esto quiere decir que un sólo ejemplo contrario a la teoría no bastaría para falsificarla, en la medida que se podría encontrar siempre el modo de justificarlo con una oportuna hipótesis ad hoc. El proceso de falsificación se reduciría así a una verdadera lucha de teorías, o sea, a una lucha permanente entre las viejas teorías y las nuevas construidas para sustituirlas.

Hay teorías o afirmaciones sobre el mundo que no son refutables por la experiencia. Es el caso de teorías o afirmaciones lo suficientemente borrosas, vagas e imprecisas en su contenido y en sus predicciones que siempre pueden salir airosas en su contrastación con los hechos. Los políticos, los adivinos y autores de horóscopos son maestros de este arte. También las proposiciones que afirman una cosa y la contraria.
Hay teorías y enunciados que pretenden hablar del mundo y que están construidos de tal forma que se protegen contra cualquier intento de refutación a partir de la experiencia o la observación.

Si tomamos por ejemplo la afirmación «El pueblo vasco es independentista «. Tal afirmación podría ser cuestionada recurriendo a la observación de lo que piensan los vascos. Pero si la primera afirmación se protege con una segunda que afirme «los vascos que no son independentistas no son verdaderos vascos » la primera afirmación se vuelve irrefutable.

Las afirmaciones sobre experiencias intransferibles, e incluso incomunicables, tampoco son refutables y a veces ni siquiera discutibles. La apostilla, «yo lo vivo así » añadida a cualquier opinión desplaza la discusión del terreno de los hechos comprobables intersubjetivamente al de la vivencias subjetivas.

Cuanto menos general es un enunciado o una teoría, menos refutable por la observación o la experiencia resulta. «La juventud o una parte importante de ella, es insumisa al Ejército «es una afirmación menos general y menos falsable que «la juventud es insumisa «. La primera es una afirmación o teoría con menos contenido informativo que la segunda. Es una teoría menos audaz, más modesta, y en el caso que nos ocupa, más confirmada por los hechos y no refutada por las experiencias que falsan la segunda.

Las teorías o afirmaciones borrosas, que hacen afirmaciones poco precisas, son también menos falsables que las teorías claras, precisas y cuantificadas. Tomemos la afirmación: bastantes bermeanos no saben nadar, bastaría con la existencia comprobada de dos bermeanos que no saben nadar para evitar una refutación concluyente.

Para terminar este apartado de recorrido sobre los rudimentos de una de las corrientes de la filosofía de la ciencia del siglo XX, salta a la vista la distancia que la separa de la filosofía de la ciencia del siglo anterior que comentábamos al principio. La crisis de fundamentos de la física de Newton, la puesta en cuestión de la concepción del mundo que la sustentaba, a abierto una revolución en la filosofía de la ciencia comparable a la que produjo Galileo respecto a la concepción del mundo y la ciencia de Aristóteles. Se ha propuesto abandonar categorías tales como la de verdad y la de verificación y sustituirlas por las de confirmación y refutación; las teorías son percibidas como un saber provisional, como instrumentos, a veces muy artificiosos, destinados a ofrecer información, explicaciones, previsiones sobre algunos fenómenos de carácter muy general o de extensión mas limitada. Los criterios que permitan afirmar que una teoría es mejor que otra son objeto de disputa entre quienes trabajan en el ámbito de la filosofía de la ciencia. Categorías como la de causalidad, azar, materia, han entrado en crisis.

Como bien apunta Sacristan: «La «crisis de fundamentos» no ha impedido, bien al contrario, seguir realizando trabajo de investigación científica. En realidad, la situación más frecuente en la historia no es la de una gran claridad de la ciencia sobre sus propios fundamentos. La «crisis de fundamentos» no consiste en que nociones básicas hasta el momento seguras se hagan de repente vacilantes, sino en que en un momento dado se descubre que fundamentos tenidos antes por sólidos y claros no lo son ni lo eran». (15)

La ciencia tradicional ha prestado, sin duda alguna, muchos servicios a la humanidad: le ha ayudado a superar mucha pobreza, enfermedades, trabajo deshumanizante y, en general, a alargar la vida, pero aquel optimismo sobre los beneficios inacabables de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas ha entrado en crisis. Hay menos confianza en que la ciencia pueda resolver todos los problemas de la humanidad; hay dudas razonables sobre lo que pueda resultar del uso de ciertos conocimientos científicos. La ciencia ha revelado su carácter ambivalente, el dominio de la energía nuclear por las ciencias físicas no sólo ha traído progreso a la humanidad, sino también aniquilamiento; las bombas de Hiroshima y Nagasaki, relevadas por la carrera de armamentos nucleares de las grandes y, luego, medias potencias, hacen gravitar su amenaza sobre el porvenir del planeta; Chernobil. El llamado efecto invernadero. La ambivalencia domina la biología, el reconocimiento de los genes y de los procesos biomoleculares desemboca en las primeras manipulaciones genéticas (los niños/as que hoy ya se fabrican a la carta) y promete manipulaciones cerebrales que controlarían y someterían los espíritus. Los productos residuales de las industrias, así como la aplicación de los métodos industriales a la agricultura, la pesca y la ganadería ( «vacas locas»), provocan daños y contaminaciones que amenazan a la humanidad, a la bioesfera. Existe, por último, una concepción más modesta respecto a la invasión y ocupación por parte de la ciencia de otros ámbitos del pensamiento racional tales como la metafísica, la política, la ética o el arte. Hoy, nadie defendería su sistema de valores o sus aspiraciones políticas afirmando su carácter científico. En eso también, el pensamiento racional del siglo XX es substancialmente diferente de buena parte del siglo XIX.

5.- Las crisis de las teorías

a) La teoría anarquista del conocimiento de Feyerabend.

Paul Feyerabend, que fue uno de los que más contribuyó a la difusión de las ideas de Popper, se convirtió en un disidente de su escuela clásica. Para Feyerabend (1975) , la idea de que la ciencia puede y debe actuar de acuerdo con reglas fijas y universales es tan poco realista como perniciosa. Todas las metodologías tienen sus limitaciones y la única regla que queda en pié es la de que todo vale. Entendido este todo vale no en un sentido demasiado lato.

Denuncia la magia del método y atribuye sus éxitos científicos a otros factores: «…no existe método especial que garantice el éxito o lo haga probable. Los científicos no resuelven los problemas porque poseen una varita mágica, una metodología o una teoría de la racionalidad, sino porque han estudiado un problema durante largo tiempo, porque conocen la situación muy bien, porque no son demasiado estúpidos … y porque los excesos de una escuela científica son casi siempre balanceados por los excesos de alguna otra. Sin embargo, los científicos sólo raramente resuelven sus problemas, cometen cantidad de errores y muchas de sus soluciones son completamente inútiles». (16)

Acusa a la escuela popperiana clásica o al racionalismo crítico de raciomanía. Para Feyerabend, las violaciones de las reglas básicas epistemológicas y metodológicas no han sido meros accidentes; a lo largo de la historia han sido absolutamente necesarias para el progreso científico. Las investigaciones científicas que alcanzaron mayor éxito y proyección no se condujeron de acuerdo con un método únicamente racional, no bastó la fría razón, fue necesaria la imaginación y la intuición, la ciencia ha sido más impura e irracional que su imagen metodológica.

b) Los paradigmas de Kuhn.

Thomas Kuhn, en su obra clásica La Estructura de las Revoluciones Científicas (1962), analiza el proceso histórico del cambio de las teorías científicas con un enfoque diferente y crítico de las opiniones de Popper. Kuhn comenzó su carrera como físico y luego, centró su atención en la historia de la ciencia. Al hacerlo, descubrió que sus ideas preconcebidas acerca de la naturaleza de la ciencia quedaban pulverizadas. Se dio cuenta de que las concepciones tradicionales de la ciencia, ya fueran inductivistas o falsacionistas, no resistían una comparación con las pruebas históricas. Considera que el falsacionismo de Popper es incapaz de explicar los cambios científicos ocurridos a lo largo de la historia e introduce un peso mayor de razones psicológicas y de análisis sociológico de la comunidad científica. (17)

T.S. Kuhn emplea el término de paradigma, modelo o matriz disciplinar, para designar los supuestos teóricos generales, las leyes y las técnicas para su aplicación, e incluso los supuestos metafísicos muy generales, que adoptan los miembros de una determinada comunidad científica.

La ciencia normal, en opinión de Kuhn, es la actividad encaminada a resolver problemas que se practica dentro de las reglas de un paradigma, sin cuestionar sus fundamentos. El paradigma de la física clásica podría enunciarse así: Todo el mundo físico se ha de explicar como un sistema mecánico que actúa bajo la influencia de diversas fuerzas de acuerdo con los dictados de las leyes del movimiento descubiertas por Newton. Ese paradigma incluía un concepto del espacio, del tiempo y de la materia como algo real y absoluto, la convicción de que existe una cosa llamada fuerza que actúa a distancia entre los cuerpos,…y varias cosas más que serían cuestionadas en la crisis de la física de comienzos de este siglo.

Para Kuhn el cambio científico del paradigma no está gobernado por reglas racionales, es algo histórico, ligado y explicado en términos de psicología social: «un paradigma no gobierna un tema de estudio, sino, antes bien, un grupo de practicantes». (18) Es imposible demostrar la superioridad objetiva de un paradigma sobre cualquier otro; los paradigmas son inconmensurables, es decir, no existe una base común para compararlos. Durante un período de estabilidad la ciencia normal tiene una actitud dogmática, no permite la crítica, y el científico no tendrá que redefinir ni justificar conceptos o métodos, pero en un período de crisis tendrá que revisarlo y rehacerlo todo.

Los problemas que se resisten a ser solucionados dentro de un paradigma son considerados como anomalías, más que como falsaciones o refutaciones de la teoría. Se considerará que una anomalía es particularmente grave si se juzga que afecta a los propios fundamentos de un paradigma y no obstante, no se consigue eliminarla.
Cuando se llega a considerar que las anomalías, muchas y muy importantes, plantean al paradigma serios problemas, comienza un período de inseguridad profesional marcada o política. Una vez que un paradigma ha sido debilitado y socavado hasta el punto de que sus seguidores pierden la confianza en él, llega el momento de una revolución teórica.(19)


(1) MARTINEZ, Miguel. El paradigma emergente. Gedisa, Barcelona, 1993, p.71-72.
Llama la atención -señala M. Martinez- el hecho que tanto Newton como Descartes dan origen a un modelo científico que trasciende hacia las ciencias humanas y que, en esa dirección, ellos están muy lejos de compartir. Para ambos el concepto de Dios era un elemento esencial de su filosofía y de su visión del hombre y del mundo. Ambos estaban muy lejos de usar el modelo mecanicista, a que dan origen, para estudiar y comprender al hombre. Ni Newton era tan newtoniano, ni Descartes tan cartesiano, como lo han sido muchos de sus seguidores.

(2) POPPER, K. La lógica de la investigación científica. Tecnos, Madrid, 1985, p 22.

(3) CHALMERS, Alan F. ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?. Siglo XX, Madrid,1982, p 3.

(4) ABBAGNANO, Nicolas. Historia de la filosofía. Hora,Barcelona, tI, p 62.

(5) POPPER, K. Op. Cit. p 26.

(6) BELTRAN, M. La realidad social, Tecnos, Madrid, 1991, p. 81 y ss.

(7) Ibídem

(8) Ilya Prigogine, Premio Nobel de química en 1977 por su teoría de las estructuras disipativas en la termodinámica, comenta que en el diálogo entre Einstein y el poeta y filósofo Rabindranath Tagore, Einstein defendió la concepción de una realidad independiente del espíritu humano y aun de la existencia misma de los hombres. Tagore, por el contrario definió la realidad que tiende hacia la verdad, ya sea de orden científico, ético o filosófico, como relativa. Prigogine que va más allá que la posición de Einstein y también de la teoría cuántica, en lo referente a la interpretación de la naturaleza constitutiva de la realidad, se orienta hacia la posición de Tagore y señala que: «La objetividad científica no tiene sentido alguno si termina haciendo ilusorias las relaciones que nosotros mantenemos con el mundo…; que las leyes de la física no son en manera alguna descripciones neutras, sino que resultan de nuestro diálogo con la naturaleza, de las preguntas que nosotros le planteamos». Recogido por M. Martinez en Op. Cit. p 80.

(9) «Si por un lado toda teoría positiva debe fundarse necesariamente en observaciones, es igualmente evidente, por otro lado, que para dedicarse a la observación nuestro espíritu necesita de alguna teoría», A. Comte Curso de filosofía positiva, 1830. Madrid, Magisterio Español, 1977.

(10) LAMO DE ESPINOSA, E. Sociedades de cultura, sociedades de ciencia. Nobel, Asturias, 1996, pp 33-34.

(11) MARTINEZ, M. Op. Cit. p 46.

(12) EINSTEIN, A. Notas autobiográficas. Alianza, Barcelona, 1984, p 83.

(13) POPPER, K. Op. Cit. p 30.

(14) Ibídem. p 33.

(15) SACRISTAN, M. Introducción a la lógica y al análisis formal. Ariel, Barcelona, 1973.

(16) FEYERABEND, Paul k. Contra el método, esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Ariel, Barcelona, 1981.

(17) Como señala Alan F. Chalmers, las principales diferencias entre Kuhn, por un lado, y Popper y Lakatos, por otro, estriban en el hincapié que hace el primero en los factores sociológicos. Op. Cit. p 128.

(18) KUHN, T.S. La estructura de las revoluciones científicas. F.C.E., 1978, p 276. La imagen que tiene Kuhn de cómo progresa una ciencia lo resume Chalmers en el siguiente esquema abierto: preciencia-ciencia normal-crisis-revolución-nueva ciencia normal-nueva crisis.

(19) Ahora bien, como muy bien señala Gouldner, el descubrimiento de algo anómalo tiene diferentes consecuencias, según de quienes sea la teoría que viola. Depende mucho de sus implicaciones para la distribución existente de la propiedad cultural e intelectual. Más bien cabe esperar una resistencia mezquina a nuevos hechos y teorías que son anómalos para una teoría establecida, precisamente porque pertenece a alguien y es propiedad intelectual que promueve carreras. Op. Cit. p 345.