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Kepa Bilbao
(A propósito del libro de E.J. Hobsbawm Naciones y nacionalismo desde 1870)(hika, nº16, enero 1992)

Este nuevo libro del conocido historiador Eric Hobsbawm, publicado por la editorial Crítica, pese a estar basado en unas conferencias que dio en mayo de 1985 en la Queen´s University de Belfast, fue redactado para su publicación a finales de 1989, con la novedad de que para la presente edición en castellano, el autor ha ampliado y corregido ligeramente sus, en mi opinión, discutibles reflexiones finales.

Apuntes biográficos

Eric John Ernest Hobsbawm nació en 1917 en Alejandría, Egipto. Su madre era austríaca y su padre, inglés, hijo de un judío ruso emigrado a Londres. Nada más nacer, la familia Hobsbawm se trasladó a Viena en 1919 y más tarde a Berlín, en 1931, donde vivieron hasta que Hitler llegó al poder en 1933. Después se establecieron en Inglaterra, donde E. Hobsbawm estudió historia en Cambridge, integrándose en el Partido Comunista. En 1947, Eric fue nombrado profesor ayudante de historia en Birkbeck College, de la Universidad de Londres, titular en 1959 y catedrático de Economía e Historia Social en 1970 hasta su jubilación en 1982.

De Eric Hobsbawm se ha dicho que es el mejor historiador marxista en activo. Ha realizado destacadas contribuciones a la historia de la clase obrera, a los estudios sobre el campesinado y a la historia mundial. Especialista en el siglo XIX, este prolífico autor ha escrito numerosos libros, artículos y comentarios sobre la política y la sociedad contemporánea, historiografía, teoría social, crítica de arte y cultura. Incluso durante más de diez años escribió como crítico de jazz bajo el seudónimo de Francis Newton.
Los años 1946-1956 son considerados los más significativos en la formación de la tradición histórica marxista británica. Fue durante este período cuando Maurice Dobb, Hilton, Hill, E.P. Tompson y Hobsbawm, junto a otros, fueron miembros activos del grupo de historiadores del Partido Comunista Británico (PCB). Pero es en 1956, con motivo del XX Congreso del PCUS y el discurso de Kruschev sobre Stalin, la invasión de Hungría por la URSS y la fracasada oposición a ésta por parte del PCB, cuando la mayoría del grupo de historiadores (Hilton, Hill, Tompson…) abandonarían el partido, junto a miles de comunistas británicos. En cambio, Dobb y Hobsbawm no lo hicieron porque, como el mismo Hobsbawm diría más tarde, «creía en la necesidad de un partido fuertemente organizado». En el período 1966-67, Hobsbawm participó en los intentos por convencer a la dirección del partido para realizar cambios democráticos en la práctica y la política del partido.

Los historiadores marxistas británicos son un claro exponente del desarrollo de la perspectiva histórica conocida como la historia desde abajo o la historia de abajo arriba; opuesta a la historia escrita desde la perspectiva de las clases y sectores dominantes. Así mismo, representan un claro esfuerzo por superar el enfoque de la lucha de clases del determinismo -económico y/o tecnológico-, del modelo base-superestructura. Esto les llevaría a la ampliación del concepto de clase, no viéndolo simplemente en términos de la dicotomía objetiva-subjetiva, clase en sí-clase para sí y la dicotomía derivada conciencia falsa-cierta. Hemos ampliado –dice Thompson- el concepto de clase, que los historiadores en la tradición marxista comúnmente emplean- deliberadamente y no exentos de cierta inocencia teórica –con una flexibilidad e indeterminación no permitida ni por el marxismo ni por la sociología ortodoxa.

Naciones y nacionalismo desde 1780

Este apretado y breve libro ( 200 páginas), centrado en los cambios y las transformaciones del concepto de nación, está escrito con esa erudición histórica y perspectiva propia del profesor Hobsbawm de contar la historia de abajo arriba. Un libro nada abstracto y teoricista, de fácil y amena lectura, con abundancia de ejemplos prácticos de caliente actualidad y polémicas conclusiones.

En una rápida valoración de lo publicado sobre el tema, nos dice que el número de obras que realmente arrojan luz sobre lo que son las naciones y los movimientos nacionales, así como el papel que interpretan en el devenir histórico, es mayor en el período 1968-1988 que en cualquier período anterior con el doble de duración. Para Hobsbawm, la era liberal produjo mucha retórica pero poca literatura teórica que se ocupara en serio del nacionalismo, siendo rescatables Renan y J.S. Mill -aunque señala que, al igual que Marx y Engels, consideraron estas cuestiones marginales-. Rescata, también, los importantes, y a su modo de ver subvalorados, debates entre los marxistas de la II Internacional. En línea de continuidad, cita a los dos padres fundadores del estudio académico del nacionalismo después de la primera guerra, B. Hayes y H. Kohn, hasta llegar a los actuales A.D. Smith, Gellner, Fishman, Breuilly, Hroch, B. Anderson, C. Tilly, etc.

Ante la interrogante de qué es una nación, sobre la que ha girado la mayoría de esta literatura, Hobsbawm dice bien cuando afirma que no es posible descubrir ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades humanas debería etiquetarse de esta manera. Ni las definiciones objetivas de nación ni las subjetivas le resultan satisfactorias. Reclama el agnosticismo como la mejor postura que puede adoptar el que empieza a estudiar este campo, por lo que no hace suya ninguna definición apriorística sobre lo que constituye una nación.

No estoy, en cambio, de acuerdo cuando, a efectos de análisis, nos presenta al estado como el factor exclusivo en la creación de naciones, desconsiderando los fuertes componentes comunitarios que hay en ella: «las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que es el estado el que crea la nación». Con ello, el historiador viene a reforzar la idea, tan querida y extendida hoy por algunos intelectuales y círculos liberales y socialdemócratas, de presentar la nación exclusivamente como un mito.

Como supuesto inicial de trabajo, adopta como definición de nación el de cualquier conjunto de personas suficientemente nutrido cuyos miembros consideren que pertenecen a una nación. Utiliza el término nacionalismo en el sentido que lo definió Gellner y aceptan otros como Breuilly, para referirse básicamente a un principio que afirma que la unidad política y nacional debería de ser congruente, para añadir que el deber político nacional es prioritario al resto de deberes. Son fenómenos duales, construidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden entenderse a menos que se analicen desde abajo. Critica a Gellner por no prestar la debida atención a la visión desde abajo, es decir: «la nación tal como la ven, no los gobiernos y los portavoces y activistas de movimientos nacionalistas ( o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que son objeto de los actos y la propaganda de aquellos, es dificilísima de descubrir».

En este punto, Hobsbawm señala algo que me parece sustancial y que a menudo se pierde de vista en nuestra tierra: a) que las ideologías oficiales de los estados y los movimientos no nos dicen lo que hay en el cerebro de sus ciudadanos o partidarios, ni siquiera de los más leales; b) que no podemos dar por sentado que para la mayoría de las personas la identificación, cuando existe, excluye al resto de identificaciones que constituyen al ser social o es siempre superior a ellas. De hecho, se combina con otras; y c) que la identificación nacional y lo que se cree que significa pueden cambiar y desplazarse con el tiempo.

Hobsbawm recoge en su análisis dos observaciones, aunque no novedosas sí muy pertinentes, del estudio sobre la composición de los movimientos nacionales de Miroslav Hroch. La primera, que la conciencia nacional se desarrolla desigualmente en los agrupamientos sociales y regiones de un país. La segunda, la división en tres fases de la historia de los movimientos nacionales: una primera fase llamada A) puramente cultural, literaria y folclórica, sin implicaciones políticas; otra fase B) en la que encontramos un conjunto de precursores y militantes de la idea nacional y los comienzos de campañas políticas a favor de esta idea, y una última fase C) en la que se centrará Hobsbawm, cuando los programas nacionalistas obtienen el apoyo de las masas, o al menos parte de éstas, que los nacionalistas siempre afirman representar.

Finales de siglo

Desde hace años, es una idea generalizada entre los estudiosos de la cuestión nacional -por decirlo en lenguaje marxista- que debido a las profundas transformaciones sociales, políticas, económicas, militares, tecnológicas, culturales, etc., que está experimentando particularmente el mundo desarrollado, el estado-nación atraviesa una profunda crisis. Hasta aquí el acuerdo. Las diferencias aparecen a la hora de señalar el alcance de la crisis, como en las alternativas a dar al actual estado nacional.

En sus conclusiones y reflexiones finales, Hobsbwam propone como tesis central no ya la crisis del estado nacional, sino la crisis de la propia nación, del nacionalismo. Para Hobsbwam, la nación, el nacionalismo, ya no es un vector importante del desarrollo histórico. Si la historia del mundo eurocéntrico del siglo XIX -dice- se podría presentar como un proceso de edificación de naciones, como lo hizo Walter Bagehot, hay muy pocas probabilidades para que alguien escriba la historia de finales de este siglo y comienzos del XXI en tales términos. Considera que esta pérdida de importancia histórica del nacionalismo se oculta hoy detrás de una serie de acontecimientos mundiales que parecen, por el contrario, darle una relevancia mayor de la que a tenido durante cierto tiempo. El nacionalismo: «cuando alcanza sus objetivos políticos, cuando forma estados-nación territoriales, no puede aportar ninguna solución a los problemas de finales de siglo».

En el paso de un sistema bipolar (URSS-EEUU) a otro más multilateral, es poco probable, para el autor, que el papel de las naciones sea central, siendo los protagonistas unidades mucho mayores que los estados que reivindican la mayoría de los movimientos nacionalistas. La creación de más estados no haría más que aumentar el número de entidades políticas inseguras. Así, para Hobsbawm, «una economía nacional letona o vasca independiente no tendría sentido». Entre otras cosas, esto me recuerda a los viejos requisitos del liberalismo decimonónico acerca de las características necesarias para considerar viable una nación, el principio del umbral, esto es, tener suficiente tamaño y recursos económicos.

Hobsbwam ve con profundo recelo y valora como un factor regresivo el actual ascenso nacionalitario que está llevando a la desintegración de imperios y estados multinacionales como la URSS, Checoslovaquia, Yugoslavia… Le preocupa la desestabilización que ello puede provocar en el área. Llega a considerar como un gran logro de los regímenes comunistas el haber limitado los efectos desastrosos del nacionalismo dentro de ellos. La revolución yugoslava –dice- es un logro que por desgracia se está desmoronando.

Tiene un punto de vista embellecedor y demasiado positivo de los actuales estados multinacionales. Ello le lleva a hacer afirmaciones del estilo: «la libertad cultural y el pluralismo gozan de mejor protección en los grandes estados plurinacionales que en los estados pequeños que van tras el ideal de la homogeneidad étnico-lingüística y cultural». Ve muy bien la paja en el ojo ajeno, pero no ve la viga en el propio.

Acuña un falso concepto wilsoniano-leninista, el de la autodeterminación hasta la separación, el cual considera en crisis por no poder ofrecer solución alguna para el siglo XXI. Digo falso porque no creo que sea muy riguroso identificar, cuando menos en la teoría, la doctrina autodeterminativa wilsoniana, ambigua, restrictiva e imprecisa, con la nada ambigua y radical de Lenin. Pero lo que es más de fondo es que Hobsbwam, invalidando el derecho de autodeterminación, restringe la salida de las naciones insatisfechas a la formula reformista y cultural baueriana.

No voy a negar que Hobsbwam plantea problemas muy peliagudos y reales, ni que su lectura no sea sugerente para incentivar la necesidad de seguir profundizando en la crisis del estado nacional. Ahora bien, en mi opinión, el profesor hace una lectura unilateral, peyorativa y reduccionista del actual fenómeno nacionalitario. Una lectura no exenta de economicismo. Peyorativa, en cuanto que considera los actuales movimientos nacionales como esencialmente negativos, divisivos, no logrando ver que en más de uno de ellos lo que existe es un ansia profunda de libertad. Un ejemplo de lo que digo es nuestro caso, el vasco, al que lo despacha por la vía rápida con el calificativo de xenófobo.

Reduccionista, en cuanto constriñe la realidad de los nacionalismos existentes a un solo tipo, vamos a decir, puro, para entendernos. La crítica, el cuestionamiento y la crisis de este tipo puro de nacionalismo, con la que estoy de acuerdo, le lleva al profesor a aventurar una conclusión universal de crisis y pérdida de importancia histórica de la nación y del nacionalismo que no la veo por ninguna parte. Lo que está en cuestión, y bien cuestionado por Hobsbwam, es un tipo de nacionalismo clásico, dogmático, rígido, el de la ecuación un pueblo-una lengua-una nación-un estado, que, por otra parte, raramente se da, y que piensa la nación en términos excluyentes, homogeneizadores, de no respeto a las minorías que hay en su interior, de no respeto al otro. Un tipo de nacionalismo que choca frontalmente con una ideología emancipadora, con un programa de justicia, igualdad y libertad de las personas y los pueblos. Libertad que, contrariamente a Hobsbwam, en mi opinión, es inseparable del concepto de autodeterminación, en clave libertaria, en el sentido de antiestatista.
El mundo se está moviendo entre dos tendencias contrapuestas. Una, centrípeta, hacia la integración en estructuras supranacionales, debido, aunque no sólo, a la internacionalización de la economía, y otra tendencia centrífuga, de rechazo a los efectos homogeneizadores, de afirmación de la propia personalidad de cada nación. Los problemas con los que ya nació el siglo pasado el estado-nación se han agravado. Su sustitución tanto por estructuras supraestatales como su reproducción mimética a cualquier escala, nos llevaría hoy a cometer los mismos errores. Es necesario encontrar nuevas formas de convivencia sin reproducir viejos artefactos y mitos que tanta injusticia y desigualdad han producido y producen.